La Bestia lleva sobre su "lomo" a miles de personas por día: es el tren que usan los migrantes indocumentados centroamericanos para cruzar el territorio mexicano como paso obligado hacia Estados Unidos.
En este viaje por naturaleza clandestino, es difícil
saber con precisión cuántos sin papeles se arriesgan a montar el llamado
"tren de la muerte": sólo en un mes de 2010, México detuvo a 1.500 de
ellos, la mayoría provenientes de Guatemala, El Salvador y Honduras.
Y esos son los que no lo logran: muchos otros, cambiando
entre 10 y 15 formaciones de carga en un trayecto que puede demorar varios
meses, encuentran en el ferrocarril su camino de salida de América Latina.
Después, los espera la custodiada frontera estadounidense, el último obstáculo
para llegar a la tierra del "sueño americano".
Pero es la travesía misma por México la que ha captado la
atención de organismos internacionales y de derechos humanos, que denuncian las
violaciones de las que son objeto los migrantes en tránsito, sobre todo en los
estados sureños de Chiapas y Oaxaca.
Frontera sur
El director de cine Pedro Ultreras, mexicano residente en
Estados Unidos, decidió retratarlo en su documental "La Bestia", para
lo que debió montarse al tren como tantos otros.
"Sufrí también los abusos de las autoridades, aún
con la ventaja de que yo podía irme a mi casa en cualquier momento. Me acusaron
de invasión a la propiedad privada federal, me interrogaron, me trataron con el
típico juego psicológico con que intimidan a la gente", relató el cineasta
a BBC Mundo en Los Ángeles.
Pero, ¿cómo es la vida a bordo de La Bestia? La odisea
comienza en la frontera sur de México con Guatemala, donde muchos cruzan el río
Suchate por balsa y luego caminan casi 300 kilómetros hasta montar el primer
tren, que en el pasado llegaba a la fronteriza ciudad de Hidalgo hasta que un
temporal, en 2005, arruinó la infraestructura.
Entre techos y
vagones
Luego, durante semanas, los migrantes pasarán de tren a
tren, subiendo en movimiento y buscando su rincón sobre los techos o entre los
vagones.
Muchos hacen alto en los albergues apostados sobre la
ruta, donde voluntarios y sacerdotes los alojan un par de días hasta que
recuperan fuerzas y les reparan las suelas de los zapatos destrozadas por la
caminata en el monte.
Otros, en cambio, prefieren dormir junto a las vías porque
temen perderse el paso del próximo convoy: cada día cuenta en una travesía en
la que no llevan más que lo puesto y el hambre hace mella conforme pasan los
kilómetros.
Los peligros los acompañan, sobre los vagones y en las
paradas en medio de la nada: desde ataques de abejas en la selva chiapaneca a
asaltos a punta de metralleta o machete.
"Somos el tiro al blanco de todo, sufrimos frío,
hambre, lluvias. Es el tren de la muerte propiamente", dijo Juan
Matamoros, un hondureño a quien Ultreras encontró en el camino.
"En el camino hay muchos polleros y
asaltantes y por eso, para uno que ya ha pasado, no viene mal echarle la mano a
un amigo", señaló José Guillén, un guatemalteco que montó La Bestia más de
una vez y destaca la solidaridad entre los centroamericanos en tránsito.
En México, por donde transitan sin la visa requerida, la
amenaza de los maleantes supera al temor por posibles controles migratorios.
"Me robaron todo… me metieron la pistola en la boca,
me decían que la mordiera para que viera que era de verdad. No tuvieron
compasión de nada", relató el hondureño José Guardado, quien perdió una
mano en un intento de cruce anterior y quería llegar a Estados Unidos para que
le pusieran una prótesis.
A mitad de
camino
Eva García Suazo vio truncada su travesía, no por el
miedo o por los asaltos sino por el mismo tren: perdió el equilibrio y las
ruedas metálicas se devoraron sus dos piernas.
"Me quedé solita, tirada ahí en el puro monte a las
2 de la mañana… Cuando me rescataron, estaba inconsciente. El doctor me dijo
que de milagro había sobrevivido porque ya había botado toda la sangre",
relató la mujer, alojada en un albergue tras el accidente.
Algunos migrantes mueren al caer del tren en marcha,
cuando los vence el sueño sobre los techos. Otros llegan al final del camino y
esperan por meses juntar el dinero para pagarle a un coyote que los haga
pasar la frontera. Muchos son deportados, otros simplemente desaparecen sin
dejar rastro.
Del grupo retratado por el director Ultreras, sólo la
salvadoreña Alicia Rivera hoy cuenta su historia desde Estados Unidos.
"Siempre dije: 'es difícil, pero no imposible'. Dije
que no me iba a morir sin venir, ahora sólo digo: 'lo que Dios quiera'",
expresa desde Los Ángeles, donde llegó después de tres meses de viaje. Aunque
no tiene empleo fijo, volver a El Salvador no es para ella una opción en el
corto plazo.
Más grave
Desde que Ultreras filmó su documental, en 2008, las
cosas se han puesto peores en territorio del Tren la Muerte. Los secuestros de
migrantes se han multiplicado: hace más de un año, México registró la que se
considera la peor matanza de inmigrantes en la historia reciente, en la que se
hallaron los cuerpos de 72 sin papeles en el estado de Tamaulipas.
"Ya no sólo los asaltan y golpean, sino que los
secuestran para pedir rescate a sus familias o para reclutarlos para carteles
del narcotráfico u organizaciones delictivas", señala Ultreras.
Las autoridades mexicanas señalaron que el flujo de
indocumentados centroamericanos se redujo tras la masacre de Tamaulipas, pero
luego ha vuelto a recuperar su caudal.
Según estadísticas de Amnistía Internacional, 10.000
inmigrantes fueron secuestrados en sólo seis meses de 2010. La Comisión
Nacional de Derechos Humanos de México estima que más de 50 indocumentados
desaparecen a diario, aunque sólo queden registrados poco más de 200 de estos
casos al año.
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