sábado, 3 de septiembre de 2011

"La carta" por José Luis González


“San Juan, Puerto Rico 8 de marso de 1947

Qerida bieja:



Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo igual que el alministrador de la central allá.

La ropa aquella que quedé de mandale, no la he podido comprar pues qiero buscarla en una de las tiendas mejóres. Dígale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella.

 Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandarselo a uste, mamá.

El otro dia vi a Felo el ijo de la comai Maria. El también está travajando pero gana menos que yo. Es que yo e tenido suerte.

Bueno, recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.

Su ijo que la qiere y le pide la bendision,



Juan”



Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel arrugado y lleno de borrones y se lo guardó en un bolsillo del pantalón. Caminó hasta la estación de correos más cercana, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Contrajo la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha abierta.

Cuando reunió los cinco centavos necesarios, compró el sobre y la estampilla y despachó la carta.


"Los inocentes" por Pedro Juan Soto

treparme frente al sol en aquella nube con las palomas sin caballos sin mujeres y no oler cuando queman los cacharros en el solar sin gente que me haga burla



Desde la ventana, vistiendo el traje hecho y vendido para contener a un hombre que no era él, veía las palomas revolotear en el alero de enfrente.



o con pertas y ventanas siempre abiertas tener alas



Comenzaba a agitar las manos y a hacer ruido como las palomas cuando oyó la voz a sus espaldas.



-Nene, nene.



La mujer acartonada estaba sentada en la mesa (debajo estaba la maleta de tapas frágiles, con una cuerda alrededor por única llave), y le observaba con sus ojos vivos, derrumbada en la silla tomo una gata hambrienta y abandonada.



-Pan -dijo él.



Dándole un leve empujón a la mesa, la mujer retiró la silla y fue a la alacena. Sacó el trozo de pan que estaba al descubierto sobre las cajas de arroz y se lo llevó al hombre, que seguía manoteando y haciendo ruido.



ser paloma



-No hagah ruido. Pipe.

Él desmoronó el trozo de pan sobre el alféizar, sin hacer caso.

-No hagah ruido, nene.

Los hombres que jugaban dominó bajo el toldo de la bodega ya miraban hacia arriba.

Él dejó de sacudir la lengua.

sin gente que me haga burla

-A pasiar a la plaza -dijo.

-Sí, Holtensia viene ya pa sacalte a pasiar.

-A la plaza.

-No, a la plaza no. Se la llevaron. Voló.

Él hizo pucheros. Atendió de nuevo al revoloteo de las palomas.

no hay plaza

-No, no fueron lah palomah -dijo ella-. Fue el malo, el diablo.

-Ah.

-Hay que pedirle a Papadioh que traiga la plaza.

-Papadioh -dijo él mirando hacia fuera- trai la plaza y el río…

-No, no. Sin abrir la boca -dijo ella-. Arrodíllate y háblale a Papadioh sin abrir la boca.

Él se arrodilló frente al alféizar y enlazó las manos y miró por encima de las azoteas.

yo quiero ser paloma

Ella miró hacia abajo: al ocio de los hombres en la mañana del sábado y al ajetreo de las mujeres en la ida o la vuelta del mercado.

2

Lenta, pesarosa, pero erguida, como si balanceara un bulto en la cabeza, echó a andar hacia la habitación donde la otra, delante del espejo, se quitaba los ganchos del pelo y los amontonaba sobre el tocador.

-No te lo lleveh hoy, Holtensia.

La otra la miró de reojo.

-No empieceh otra veh, mamá. No le va pasal na. Lo cuidan bien y no noh cuehta.

Saliendo de los ganchos, el cabello se hacía una mota negra sobre las orejas.

-Pero si yo lo sé cuidal. Eh mi hijo. ¿Quién mejol que yo?

Hortensia estudió en el espejo la figura magra y menuda.

-Tú ehtáh vieja, mamá.

Una mano descarnada se alzó en el espejo.

-Todavía no ehtoy muerta. Todavía puedo velar por él.

-No eh eso.

Los bucles seguían apelmazados a pesar de que ella trataba de aflojárselos con el peine.

-Pipe'h inocente -dijo la madre, haciendo de las palabras agua para un mar de lástima-. Eh un nene.

Hortensia echó el peine a un lado. Sacó un lápiz del bolso que mantenía abierto sobre el tocador y comenzó a ennegrecer las cejas escasas.

-Eso no se cura -dijo al espejo-. Tú lo sabeh. Por eso lo mejor…

-En Puerto Rico no hubiera pasao ehto.

-En Puerto Rico era dihtinto -dijo Hortensia, hablando por encima del hombro-. Lo conocía la gente. Podía salir porque lo conocía la gente. Pero en Niu Yol la gente no se ocupa y uno no conoce al vecino. La vida eh dura. Yo me paso los añoh cose que cose y todavía sin casalme.

Buscando el lápiz labial, vio en el espejo cómo se descomponía el rostro de la madre.

-Pero no eh por eso tampoco. Él ehtá mejol atendío allá.

-Eso diceh tú -dijo la madre.

Hortensia tiró los lápices y el peine dentro del bolso y lo cerró. Se dio vuelta; blusa porosa, labios grasientos, cejas tiznadas, bucles apelmazados.

-Dehpuéh de un año aquí, merecemoh algo mejor.

-Él no tiene la culpa de lo que noh pase a nosotrah.

-Pero si se queda aquí, la va tenel. Fíjate.

Se abalanzó sobre la madre pata cogerle un brazo y alzarle la manga que no pasaba del codo. Sobre los ligamentos caídos había una mancha morada.

-Ti ha levantao ya la mano y yo en la factoría no estoy tranquila pensando que'htará pasando contigo y con él. Y si ya pasao ehto…

-Fue sin querel -dijo la madre, bajando la manga y mirando al piso al mismo tiempo que torcía el brazo para que Hortensia la soltara.

-¿Sin querel y te tenía una mano en el cuello? Si no agarro la botella, sabe Dioh. Aquí no hay un hombre, que li haga frente y yo m’ehtoy acabando, mamá y tú le tieneh miedo.

-Eh un nene -dijo la madre con su voz mansa, ahuyentando el cuerpo como un caracol.

Hortensia entornaba los ojos.

-No vengah con eso. Yo soy joven y tengo la vida por delante y él no. Tú también ehtáh cansa y si él se fuera podríah vivil mejor los añoh que te quedan y tú lo sabeh pero no ti atreveh a decirlo porque creeh que’h malo pero yo lo digo por ti tú ehtáh cansa y por eso filmahte loh papeleh porque sabeh que’n ese sitio lo atienden máh bien y tú entonceh podráh sentalte a ver la gente pasar por la calle y cuando te dé la gana puedeh pararte y salir a pasiar como elloh pero prefiereh creer que'h un crimen y que yo soy la criminal pa tú quedar como madre sufrida y hah sido una madre sufrida eso no se te puede quital pero tieneh que pensar en ti y en mí. Que si el caballo lo tumbó a loh diez añoh…

La madre salía a pasos rápidos, como empujada, como si la habitación misma la soplara fuera, mientras Hortensia decía:

-…y los otroh veinte los ha vivío así tumbao…

Y se volvía para verla salir, sin ir tras ella, tirándose sobre el tocador donde ahora sentía que sus puños martillaban un compás para su casi grito.

-…nosotroh loh hemoh vivío con él.

Y veía en el espejo el histérico dibujo de carnaval que era su rostro.

y no hay gallos y no hay perras y no hay campanas y no hay viento del río y no hay timbre de cine y el sol no entra aquí y no me gusta

-Ya -dijo la madre inclinándose para barrer con las manos las migajas del alféizar. La muchachería azotaba y perseguía una pelota de goma en la calle.

y la frialdad duerme se sienta camina con uno aquí dentro y no me gusta

-Ya, nene, ya. Di amén.

-Amén.

Lo ayudó a incorporarse y le puso el sombrero en la mano, viendo que ya Hortensia, seria y con los ojos irritados, venía hacía ellos.

-Vamoh, Pipe. Dali un beso a mamá.

Poso el bolso en la mesa y se dobló para recoger la maleta. La madre se abalanzó al cuello de él -las manos como tenazas- y besó el rostro de avellana chamuscada y pasó los dedos sobre la piel que había afeitado esta mañana.

-Vamoh -dijo Hortensia cargando bolso y maleta.

Él se deshizo de los brazos de la madre y caminó hasta la puerta metiendo la mano que llevaba el sombrero.

-Nene, ponte’l sombrero -dijo la madre, y parpadeó para que él no viera las lágrimas.

Dándose vuelta, él alzó y dejó encima del cabello envaselinado aquello que por lo chico parecía un juguete, aquello que quería compensar el desperdicio de tela en el traje.

-No, que lo deje aquí -dijo Hortensia.

Pipe hizo pucheros. La madre tenía los ojos fijos en Hortensia y la mandíbula le temblaba.

-Ehtá bien -dijo Hortensia, -llévalo en la mano.

Él volvió a caminar hacia la puerta y la madre lo siguió, encogiéndose un poco ahora y conteniendo los brazos que querían estirarse hacia él.

Hortensia la detuvo.

-Mamá, lo van a cuidal.

-Que no lo mal…

-No. Hay médicoh. Y tú… cada do semanah. Yo te llevo.

Ambas se esforzaban por mantener firme la voz.

-Recuéhtate, mamá.

-Dile que se quede… no haga ruido y que coma de to.

-Sí.

Hortensia abrió la puerta y miró fuera para ver si Pipe se había detenido en el rellano. Él se entretenía escupiendo sobre la baranda de la escalera y viendo caer la saliva.

-Yo vengo temprano, mamá.

La madre estaba junto a la silla que ya sobraba, intentando ver al hijo a través del cuerpo que bloqueaba la entrada.

-Recuéhtate, mamá.

La madre no respondió. Con las manos enlazadas enfrente, estuvo rígida hasta que el pecho y los hombros se convulsionaron y comenzó a salir el llanto hiposo y delicado.

Hortensia tiró la puerta y bajó a Pipe a toda prisa. Y ante la inmensa ciudad de un mediodía de junio, quiso huracanes y eclipses y nevadas.

lunes, 22 de agosto de 2011

"Las nuevas ropas del racismo" Entrevista a Teun van Dijk

El racismo, como ideología y práctica social sistemática, cuenta con sus manifestaciones más conocidas y elaboradas en la llamada “Edad Moderna”, en particular por parte de los pueblos de Europa: los “estatutos de limpieza de sangre” implementados por España para perseguir a los judíos en el siglo XIV, y luego para segregar a las personas que no eran de “raza pura” o “sangre azul” en las colonias españolas, es decir, mestizos, indígenas, negros y sus descendientes; el racismo biológico pseudocientífico que surge en el siglo XIX para justificar la superioridad de los europeos, como “raza blanca”, sobre el resto de los pueblos del mundo, y de este modo legitimar la dominación colonial, el nacionalismo y el genocidio sobre los pueblos conquistados; en el siglo XX, el racismo nazi a través del movimiento nacional socialista que lideró Adolfo Hitler y que persiguió a judíos, a gitanos, y que asesinó a millones de personas en campos de concentración y exterminio; el racismo de “los blancos” contra la población negra e inmigrantes en los Estados Unidos; el apartheid en Sudáfrica promovido por colonizadores holandeses para mantener la supremacía blanca y el poder político, económico y social sobre el pueblo africano.

Éstas, y otras, son algunas de las muestras más conocidas del racismo en la actualidad; es un tipo de racismo explícito, evidente, palpable. Racismo despótico, cruel, con las manos manchadas de sangre. Para combatir el racismo, la ONU, la Organización de las Naciones Unidas, en 1965 adoptó la “Convención internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial”, y estableció el 21 de marzo como Día Internacional de la Discriminación Racial.

Sin embargo, a pesar de los diversos movimientos sociales antirracistas de los últimos años, el racismo persiste, disfrazado, oculto, con nuevas ropas; el racimo, hoy, sigue vivo, indeleble, eufemístico y transformista.

Para explicar algunas de las nuevas formas del racismo, presentamos la siguiente entrevista a Teun van Dijk, investigador del análisis del discurso y especialista en estudios del racismo en los discursos dominantes de la sociedad contemporánea.

Definición del racismo

1. El racismo designa un fenómeno de desigualdad social, de discriminación y abuso de poder que como tal existe a lo largo de la historia de la sociedad humana. Sin embargo, en qué momento cobra auge la palabra “racismo”.

Re: Teun van Dijk (TvD)

El racismo como forma de abuso de poder contra pueblos de apariencia o de cultura diferentes existe desde hace muchos siglos, como sabemos por ejemplo del término barbaroi usado por los griegos para referirse a los pueblos diferentes de ellos. El racismo con una base más ideológica y explícita nació en los siglos XVIII y XIX, como una forma de legitimar la superioridad de la “raza blanca”, también en trabajos que hoy llamaríamos de pseudo-ciencia, pero que en la época se tomaron muy en serio. Hasta por lo menos después la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, las ideas racistas en la ciencia tenían mucha influencia, y aplicaciones en el movimiento eugenístico, que también influenció las políticas de inmigración en América Latina.

2. De acuerdo con tus investigaciones, cuáles son las principales características que definen al racismo.

Re: TvD

Como ya has indicado, la primera característica general del racismo es que se trata de un sistema social de abuso de poder, de dominación, igual como el sexismo. El sistema tiene dos componentes principales: (i) primero, las prácticas racistas que llamamos la discriminación o el “racismo cotidiano” de las interacciones en que gente ‘blanca’ problematiza, marginaliza, excluye y hasta extermina a los “Otros” y las “Otras” de otras culturas u otra apariencia; (ii) en segundo lugar, es un sistema de representaciones racistas compartidas por grupos, como las actitudes e ideologías que forman la base y la legitimación de las practicas racistas. El discurso forma el interfaz crucial del sistema: por un lado es una práctica social como otras, y por tanto puede ser discriminatoria; por otro lado las ideologías racistas se aprenden y se distribuyen en general por los discursos, sobre todo los discursos de la política o de los medios de comunicación. Crucial en este caso es el rol de las “élites simbólicas” de las tres P: Políticos, Periodistas y Profesores, porque ellos controlan o tienen acceso privilegiado al discurso público.

Racismo y Discurso

3. Qué función tiene el discurso en la reproducción del racismo hoy en día, partiendo del presupuesto de que actualmente el racismo es “políticamente incorrecto”, es “mal visto” en la opinión pública.

Re: TvD

El discurso puede ser una práctica racista por su contexto (quién habla a quien, cuándo y con qué objetivo, etc.) y por su ‘texto’: la manera sistemática de enfatizar lo bueno de Nosotros los Europeos-blancos y lo malo de Ellos No-Europeos, por ejemplo en la selección sesgada de temas, palabras, argumentos, narraciones, metáforas, etc. Ese discurso negativo puede tener una influencia negativa sobre los modelos mentales que la gente tiene sobre eventos en que participa Otra gente, y esos modelos mentales pueden generalizarse a actitudes e ideologías más fundamentales; que en su turno pueden aplicarse después en actos y otros discursos. Así se cierra el círculo vicioso de la reproducción del racismo.

Lo que es “políticamente incorrecto” es solamente el racismo de la extrema derecha, pero no el racismo cotidiano más sutil o indirecto de nuestros propios políticos, periodistas o profesores; al que no quieren llamar racismo.

4. ¿Cuáles son los discursos dominantes que repercuten en la reproducción del racismo?

Re: TvD

Depende de la época y del contexto. Antes tal vez era el discurso de la iglesia, por ejemplo sobre los judíos o los indígenas y otros “paganos”. Hoy en día es el discurso de quienes tienen más acceso al discurso público, como el discurso político, de los medios de comunicación, de la educación y de la ciencia.

5. ¿Cuáles son las principales estrategias discursivas en la reproducción del racismo, no sólo en los discursos dominantes, sino también en el lenguaje cotidiano?

Re: TvD

Ya mencioné la estrategia ideológica de la polarización en que a los Otros de representa sistemáticamente con un sesgo negativo, en todos lo niveles del discurso. Muy importante es la repetición de temas negativos, como Ellos son delincuentes, agresivos, problemáticos, etc., o el uso de palabras como “ilegales” en vez de “gente sin papeles” o en “situación irregular”. Muy conocido es el uso de lo que se llaman disclaimers en inglés, como el notorio “No tengo nada contra inmigrantes, pero…”. Las metáforas que enfatizan lo negativo, como “olas” o “avalanchas” de grandes grupos de recién llegados también expresan una evaluación negativa, que puede reforzar la idea de “ahogarse” en la masa de inmigrantes.

6. Has señalado que el racismo no es innato sino que se aprende a través del lenguaje. El niño aprende un prejuicio racista, y lo puede poner en práctica a través de su discurso. Probablemente no podemos evitar que los niños aprendan los prejuicios racistas, sin embargo, cuáles serían las alternativas más eficaces para que aprendan a no tener actitudes racistas, es decir, a adquirir ideologías con respecto a la igualdad social, por ejemplo.

Re: TvD

Los niños aprenden el racismo primero de sus padres quienes lo aprenden de los discursos dominantes que mencioné antes, y luego de sus compañeros que también lo aprenden de sus padres. Pero también el discurso de la educación es importante, como los profesores o los libros de texto, que muchas veces reproducen estereotipos sobre inmigrantes o minorías. Finalmente, por supuesto, la televisión y sus películas y programas tienen un rol muy importante. En suma, es una influencia muy compleja de varios tipos de texto en muchos contextos diferentes. Obviamente, de la misma manera los niños y las niñas pueden aprender a ser antirracistas si tienen acceso a discurso y gente antirracista; lo que por desgracia es una minoría de la gente del grupo dominante. Son las experiencias y las interacciones en la adolescencia y como estudiantes, sin embargo, que establecen las ideologías terminantes de la gente para su vida adulta. Muchos niños crecen con textos y en contextos racistas sin desarrollar una ideología racista; por ejemplo por el efecto de la relación con una abuela o amigo queridos.

Racismo y Sociedad

7. Tú has analizado la reproducción del racismo fundamentalmente en la prensa comercial, así como en el discurso político parlamentario, en lugares como Holanda, Inglaterra y España. ¿Cuáles son los principales grupos sociales que son objeto de actitudes racistas?

Re: TvD

En Europa son sobre todo los inmigrantes que llegaron de África, de Asia y de América Latina, como los turcos (en Alemania y Holanda), los marroquíes (en Holanda, Francia e España), los latinoamericanos (y sobre todo de apariencia más indígena), y los chinos.

8. En general se habla de prensa y de políticos de “izquierda” y de “derecha”. Según tus estudios, qué diferencias y semejanzas observas en la reproducción del racismo entre los discursos de “izquierda” y de “derecha”.

Re: TvD

Las diferencias en general son más de estilo y de grado que de contenido. En general los gobiernos de izquierda no aplican una política de inmigración mucho más tolerante que los de derechas. Y la prensa de izquierda puede hablar de una manera menos negativa sobre inmigrantes, pero igual expresa y confirma los estereotipos, la delincuencia, las costumbres religiosas, y en general lo “problemático” de los Otros. Y todos, de izquierda y de derecha, ignoran, disminuyen o niegan el racismo de las élites.

9. ¿Tú has hecho investigaciones y conoces estudios de la reproducción del racismo tanto en Europa como en América (en particular Latinoamérica), notas diferencias entre la reproducción del racismo discursivo en ambos continentes?

Re: TvD

Porque el racismo siempre depende del contexto, los racismos en América Latina por supuesto se manifiestan de una manera diferente que en Europa. Sin embargo, el racismo latinoamericano es un racismo importado de Europa por los colonizadores e inmigrantes europeos, y reproducidos por las generaciones de euro-descendientes e incluso los mestizos después. Diferente es, primero, que el racismo americano es anti-indígena, y perpetrado por invasores, y no como en Europa por los pueblos originarios. Segundo, en las Américas el racismo dominante es anti-africano como consecuencia de la posición de los afro-latinos como esclavos, y después como clases más pobres. Desde siglos, la vida común entre blancos, indígenas y afro-latinos ha sido mucho más de interacciones diarias frecuentes, donde los últimos en general eran los sirvientes de los primeros.

10. ¿De qué modo ha evolucionado la ideología capitalista con la ideología racista?

Re: TvD

Es como Rigoberta Menchú dice: el racismo se inventó en el siglo XVIII sobre todo para legitimar la conquista, la esclavitud y el colonialismo. Después servía para fortalecer y reproducir la hegemonía blanca, como todavía es el caso en Europa; capitalismo y racismo han caminado históricamente de la mano.

11. Tus primeros estudios fueron de teoría literaria (de poesía francesa), luego de lingüística, estudios muy formales, en qué momento surge la preocupación y el interés por estudiar el racismo.

Re: TvD

Eso ocurrió más o menos en 1980, fortalecido por una estancia de meses en México, donde por primera vez miré la miseria y el trato contra los indígenas. En Holanda, mi interés en temas sociales creció por la observación de la ignorancia y la negación del racismo, y la falta de interés en la lingüística y los estudios del discurso para esas formas de abuso de poder.

14. En general, cuánta atención tiene el estudio del racismo en el marco de los Estudios Críticos del Discurso y qué crees que aún falta por investigar?

Re: TvD

Hay muchísimas cosas que todavía tenemos que estudiar, por ejemplo: (i) los discursos más difícilmente accesibles de las élites simbólicas, las reuniones de los gobiernos, de la redacción de los medios de comunicación, de las conversaciones de profesores, jueces, burócratas, policías, etc.; (ii) hay que analizar todavía muchos periódicos, programas de televisión, debates parlamentarios, o libros de texto, sobre todo en España; (iii) se necesita examinar más aspectos de los discursos, incluso de las imágenes, y en general de los discurso multimodales, también en Internet. Y por supuesto, también hace falta estudiar los antidiscursos y discursos de resistencia de los inmigrantes o grupos antirracistas.

miércoles, 17 de agosto de 2011

"Continuidad en los parques" por Julio Cortázar

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
 Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

domingo, 14 de agosto de 2011

“Nos han dado la tierra” por Juan Rulfo

Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros.

Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.

Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca.

Hemos venido caminando desde el amanecer. Ahorita son algo así como las cuatro de la tarde. Alguien se asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice:

-Son como las cuatro de la tarde.

Ese alguien es Melitón. Junto con él, vamos Faustino, Esteban y yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos adelante, otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a nadie. Entonces me digo: "Somos cuatro". Hace rato, como a eso de las once, éramos veintitantos, pero puñito a puñito se han ido desperdigando hasta quedar nada más que este nudo que somos nosotros.

Faustino dice:

-Puede que llueva.

Todos levantamos la cara y miramos una nube negra y pesada que pasa por encima de nuestras cabezas. Y pensamos: "Puede que sí".

No decimos lo que pensamos. Hace ya tiempo que se nos acabaron las ganas de hablar. Se nos acabaron con el calor. Uno platicaría muy a gusto en otra parte, pero aquí cuesta trabajo. Uno platica aquí y las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua hasta que acaban con el resuello. Aquí así son las cosas. Por eso a nadie le da por platicar.

Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como la de un salivazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan cayendo más y las buscamos con los ojos. Pero no hay ninguna más. No llueve. Ahora si se mira el cielo se ve a la nube aguacera corriéndose muy lejos, a toda prisa. El viento que viene del pueblo se le arrima empujándola contra las sombras azules de los cerros. Y a la gota caída por equivocación se la come la tierra y la desaparece en su sed.

¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué sirve, eh?

Hemos vuelto a caminar. Nos habíamos detenido para ver llover. No llovió. Ahora volvemos a caminar. Y a mí se me ocurre que hemos caminado más de lo que llevamos andado. Se me ocurre eso. De haber llovido quizá se me ocurrieran otras cosas. Con todo, yo sé que desde que yo era muchacho, no vi llover nunca sobre el llano, lo que se llama llover.

No, el llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada.

Y por aquí vamos nosotros. Los cuatro a pie. Antes andábamos a caballo y traíamos terciada una carabina. Ahora no traemos ni siquiera la carabina.

Yo siempre he pensado que en eso de quitarnos la carabina hicieron bien. Por acá resulta peligroso andar armado. Lo matan a uno sin avisarle, viéndolo a toda hora con "la 30" amarrada a las correas. Pero los caballos son otro asunto. De venir a caballo ya hubiéramos probado el agua verde del río, y paseado nuestros estómagos por las calles del pueblo para que se les bajara la comida. Ya lo hubiéramos hecho de tener todos aquellos caballos que teníamos. Pero también nos quitaron los caballos junto con la carabina.

Vuelvo hacia todos lados y miro el llano. Tanta y tamaña tierra para nada. Se le resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga. Sólo unas cuantas lagartijas salen a asomar la cabeza por encima de sus agujeros, y luego que sienten la tatema del sol corren a esconderse en la sombrita de una piedra. Pero nosotros, cuando tengamos que trabajar aquí, ¿qué haremos para enfriarnos del sol, eh? Porque a nosotros nos dieron esta costra de tapetate para que la sembráramos.

Nos dijeron:

-Del pueblo para acá es de ustedes.

Nosotros preguntamos:

-¿El Llano?

- Sí, el llano. Todo el Llano Grande.

Nosotros paramos la jeta para decir que el llano no lo queríamos. Que queríamos lo que estaba junto al río. Del río para allá, por las vegas, donde están esos árboles llamados casuarinas y las paraneras y la tierra buena. No este duro pellejo de vaca que se llama Llano.

Pero no nos dejaron decir nuestras cosas. El delegado no venía a conversar con nosotros. Nos puso los papeles en la mano y nos dijo:

-No se vayan a asustar por tener tanto terreno para ustedes solos.

-Es que el llano, señor delegado...

-Son miles y miles de yuntas.

-Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua.

-¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego. En cuanto allí llueva, se levantará el maíz como si lo estiraran.

- Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa como cantera que es la tierra del Llano. Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la semilla y ni aun así es positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.

- Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al Gobierno que les da la tierra.

- Espérenos usted, señor delegado. Nosotros no hemos dicho nada contra el Centro. Todo es contra el Llano... No se puede contra lo que no se puede. Eso es lo que hemos dicho... Espérenos usted para explicarle. Mire, vamos a comenzar por donde íbamos...

Pero él no nos quiso oír.

Así nos han dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. Uno los ve allá cada y cuando, muy arriba, volando a la carrera; tratando de salir lo más pronto posible de este blanco terregal endurecido, donde nada se mueve y por donde uno camina como reculando.

Melitón dice:

-Esta es la tierra que nos han dado.

Faustino dice:

-¿Qué?

Yo no digo nada. Yo pienso: "Melitón no tiene la cabeza en su lugar. Ha de ser el calor el que lo hace hablar así. El calor, que le ha traspasado el sombrero y le ha calentado la cabeza. Y si no, ¿por qué dice lo que dice? ¿Cuál tierra nos han dado, Melitón? Aquí no hay ni la tantita que necesitaría el viento para jugar a los remolinos."

Melitón vuelve a decir:

-Servirá de algo. Servirá aunque sea para correr yeguas.

-¿Cuáles yeguas? -le pregunta Esteban.

Yo no me había fijado bien a bien en Esteban. Ahora que habla, me fijo en él. Lleva puesto un gabán que le llega al ombligo, y debajo del gabán saca la cabeza algo así como una gallina.

Sí, es una gallina colorada la que lleva Esteban debajo del gabán. Se le ven los ojos dormidos y el pico abierto como si bostezara. Yo le pregunto:

-Oye, Teban, ¿de dónde pepenaste esa gallina?

-Es la mía- dice él.

-No la traías antes. ¿Dónde la mercaste, eh?

-No la merqué, es la gallina de mi corral.

-Entonces te la trajiste de bastimento, ¿no?

-No, la traigo para cuidarla. Mi casa se quedó sola y sin nadie para que le diera de comer; por eso me la traje. Siempre que salgo lejos cargo con ella.

-Allí escondida se te va a ahogar. Mejor sácala al aire.

Él se la acomoda debajo del brazo y le sopla el aire caliente de su boca. Luego dice:

-Estamos llegando al derrumbadero.

Yo ya no oigo lo que sigue diciendo Esteban. Nos hemos puesto en fila para bajar la barranca y él va mero adelante. Se ve que ha agarrado a la gallina por las patas y la zangolotea a cada rato, para no golpearle la cabeza contra las piedras.

Conforme bajamos, la tierra se hace buena. Sube polvo desde nosotros como si fuera un atajo de mulas lo que bajara por allí; pero nos gusta llenarnos de polvo. Nos gusta. Después de venir durante once horas pisando la dureza del Llano, nos sentimos muy a gusto envueltos en aquella cosa que brinca sobre nosotros y sabe a tierra.

Por encima del río, sobre las copas verdes de las casuarinas, vuelan parvadas de chachalacas verdes. Eso también es lo que nos gusta.

Ahora los ladridos de los perros se oyen aquí, junto a nosotros, y es que el viento que viene del pueblo retacha en la barranca y la llena de todos sus ruidos.

Esteban ha vuelto a abrazar su gallina cuando nos acercamos a las primeras casas. Le desata las patas para desentumecerla, y luego él y su gallina desaparecen detrás de unos tepemezquites.

-¡Por aquí arriendo yo! -nos dice Esteban.

Nosotros seguimos adelante, más adentro del pueblo.

La tierra que nos han dado está allá arriba.

“ El caso Gates” por Mayra Santos-Febres

“Conocí a Henry Louis Gates en el otoño del 1987. Acababa de ser aceptada como estudiante graduada en la Universidad de Cornell. Ese septiembre, cuando me bajé de una Greyhound olorosa a sudor rancio y a cigarrillo, en medio de un pueblo de Central New York,creí que moriría de soledad y de aburrimiento. Pero pronto me enteraron que en el departamento de Africana Studies era donde estaba la acción. Un nuevo profesor, recién llegado de Yale estaba trayendo a los más interesantes pensadores de los estudios afrodiaspóricos a dar charlas, clases y conferencias. Yo no sabía qué eran “estudios afro-diaspóricos”, ni que mi eterno interés por las literaturas caribeñas, brasileñas y africanas se podían estudiar de manera sistemática y con bibliografía amplia que apoyara mis lecturas. Pero eso cesó tan pronto me apunté a tomar clases con Henry Louis Gates.

La clase la daban él y el premio Nóbel africano Wole Soyinka. Fue un festín. Ese año y los tres subsiguientes, vinieron a Cornell a dar charlas y seminarios Toni Morrison, Houston Baker, y Cornell West. Gracias a él, se le concedieron puestos a Anthony Kwame Appiah, filósofo de Ghana, experto en estudios de construcciones de discurso racial, a Biodun Jeyifo, lector de mi tesis, especialista en literatura contemporánea africana, a José Piedra- el más adorado de mis mentores y especialista en literatura afro-hispánica. A todos los trajo Skip Gates. Gracias a él, también fui a dar conferencias a Wesleyan College y a la Universidad de Dakar en Senegal. Obviamente, como estudiante graduada, yo no tenía un centavo para costear estos viajes. Skip me explicó cómo buscar fondos y aún hoy sospecho que una beca que me llegó de manera misteriosa, fue dinero que él sacó de su propio bolsillo para que yo pudiera atender una importante conferencia.

El tiempo dorado de los estudios afrodiaspóricos en Cornell cesó el día que Henry Louis Gates Jr. se fue de Cornell. Había aceptado un puesto en Harvard.
Cuando, en el 2004, me invitaron a dar clases a esta prestigiosa institución, me reencontré con Skip Gates, quien siguió siendo mi mentor durante ese año.

Ahora me entero de que Skip Gates fue arrestrado intentando entrar a su casa en Cambridge, Massachussetts. el Presidente Barack Obama, quien obviamente lo conoce, se expresó enérgicamente contra este arresto. Dijo que fue unacto de suprema estupidez. Luego, por razones políticas, ofreció una tenue disculpa al sargento y al alcalde (negro) de Massachussetts, explicando que había escogido las palabras equivocadas para referirse al arresto de Skip Gates.

Yo pienso que Obama no se equivocó en su escogido de palabras. Henry Louis Gates es el intelectual negro más importante del planeta. Ha formado a cientos de intelectuales de todos los hemisferios (a mí incluída). Ha trabajado arduamente para incluir la literatura africana , afroamericana y afrohispanoamericana en el canon de la literatura universal. Ha escrito los ensayos más esclarecedores sobre la formación de los discursos raciales que yo he leído en toda mi vida.Editó la primera colección de narrativas de esclavos de Estados Unidos, diseminando así los “testimonios” de esclavos manumisos tales como Oludah Equiano, Harriet Jacos y Mary Prince. Trabajó incansablemente porque en universidades tales como Yale, Cornell y Harvard estuvieran a la vanguardia de los estudios afroamericanos.Me convenció a mí y a miles de estudiantes en el mundo que ser negro no es tan sólo una cuestión de piel, sino una pertenencia a una tradición epistemológica, política e histórica. Que combatir el racismo se hace también desde la página, rescatando historias y saberes; criticando el binario que divide el mundo en “civilizados” y “bárbaros”, carentes de historia y de filosofía.

Pero, una noche, Henry Louis Gates quiso entrar a la casa y se le atascó la cerradura. Me lo imagino, agachado, intentando domar esa pierna que le nació es más corta que la otra, para maniobrar, empujar, tratar de abrir la maldita puerta. Me imagino a la policía patrullado por la exclusiva sección de Cambridge en donde habita, encendiendo el biombo al ver a “ese individuo sospechoso”, trasteando con el cerrojo de entrada de una vivienda elegante. Conociendo a Skip, me imagino que hubo cruce de palabras, me imagino su descreimiento de lo que le estaba sucediendo. Me imagino su humillación al ser conducido hasta la patrulla. Y también me imagino la risa de Skip Gates, casi la oigo. Me lo imagino citando para sí a Ralph W. Ellison en “The Invisible Man”: “You just have to keep this niggerboy running”.

El arresto de Henry Louis Gates sirve de termómetro para medir cómo van las relaciones raciales y el respeto por los derechos civiles en Estados Unidos de América. Puede ser que Obama haya llegado a ser Presidente de E.U. y que Skip Gates sea uno de los profesores más distinguidos de la Univesidad de Harvard. Pero eso no cambia las maneras en que los negros son (somos) percibidos en el día a día en ese país y en el resto del mundo. Ya bien lo explicó Gates, las construcciones raciales no tienen nada qué ver con la razón, ni con las pruebas empíricas que destruyen estereotipos. Las construcciones raciales funcionan desde otras coordenadas, las coordenadas del mito, del terror, de las tipificaciones criminales y de los hábitos.

Pero esos hábitos van a cambiar, tienen que cambiar, están cambiando. Es la primera vez que un Presidente (negro) condena públicamente el exceso policial contra un intelectual negro. Ya son otras las coordenadas de esta discusión. Cada vez les va a salir más costoso a los racistas equivocarse con un negro.”

“En el fondo del caño hay un negrito” por José Luis González


A René Depestre

I

La primera vez que el negrito Melodía vio al otro negrito en el fondo del caño1 fue en la mañana del tercero o cuarto día después de la mudanza, cuando llegó gateando hasta la única puerta de la nueva vivienda y se asomó para mirar hacia la quieta superficie del agua allá abajo.

Entonces el padre, que acababa de despertar sobre el montón de sacos vacíos extendidos en el piso, junto a la mujer semidesnuda que aún dormía, le gritó:

-¡Mire... eche p'adentro! ¡Diantre'e muchacho desinquieto!

Y Melodía, que no había aprendido a entender las palabras pero sí a obedecer los gritos, gateó otra vez hacia adentro y se quedó silencioso en un rincón, chupándose un dedito porque tenía hambre.

El hombre se incorporó sobre los codos. Miró a la mujer que dormía a su lado y la sacudió flojamente por un brazo. La mujer despertó sobresaltada, mirando al hombre con ojos de susto. El hombre rió. Todas las mañanas era igual: la mujer salía del sueño con aquella expresión de susto que a él le provocaba un regocijo sin maldad. La primera vez que vio aquella expresión en el rostro de su mujer no fue en ocasión de un despertar, sino la noche que se acostaron juntos por primera vez. Quizá por eso a él le hacía gracia verla despabilarse así todas las mañanas.

El hombre se sentó sobre los sacos vacíos.

-Bueno -se dirigió entonces a la mujer-. Cuela el café.

Ella tardó un poco en contestar:

-Ya no queda.

-¿Ah?

-No queda. Se acabó ayer.

Él empezó a decir: “¿Y por qué no compraste más?”, pero se interrumpió cuando vio que en el rostro de su mujer comenzaba a dibujarse aquella otra expresión, aquella mueca que a él no le causaba regocijo y que ella sólo hacía cuando él le dirigía preguntas como la que acababa de truncar ahora. La primera vez que vio aquella expresión en el rostro de su mujer fue la noche que regresó a casa borracho y deseoso de ella pero la borrachera no lo dejó hacer nada. Tal vez por eso al hombre no le hacía gracia aquella mueca.

-¿Conque se acabó ayer?

-Ajá.

La mujer se puso de pie y empezó a meterse el vestido por la cabeza. El hombre, todavía sentado sobre los sacos vacíos, derrotó su mirada y la fijó durante un rato en los agujeros de su camiseta.

Melodía, cansado ya de la insipidez del dedo, se decidió a llorar. El hombre lo miró y le preguntó a la mujer:

-¿Tampoco hay na pal nene?

-Sí. Conseguí unas hojitas de guanábana y le gua hacer un guarapillo horita.

-¿Cuántos días va que no toma leche?

-¿Leche? -la mujer puso un poco de asombro inconsciente en la voz-. No me acuerdo.

El hombre se levantó y se puso los pantalones. Después se allegó a la puerta y miró hacia afuera. Le dijo a la mujer:

-La marea ta alta. Hoy hay que dir en bote.

Luego miró hacia arriba, hacia el puente y la carretera. Automóviles, guaguas y camiones pasaban en un desfile interminable. El hombre observó cómo desde casi todos los vehículos alguien miraba con extrañeza hacia la casucha enclavada en medio de aquel brazo de mar: el “caño” sobre cuyas márgenes pantanosas había ido creciendo hacía años el arrabal. Ese alguien por lo general empezaba a mirar la casucha cuando el automóvil, la guagua o el camión llegaba a la mitad del puente, y después seguía mirando, volviendo gradualmente la cabeza hasta que el automóvil, la guagua o el camión tomaba la curva allá adelante y se perdía de vista. El hombre se llevó una mano desafiante a la entrepierna y masculló:

-¡Pendejos!

Poco después se metió en el bote y remó hasta la orilla. De la popa del bote a la puerta de la casa había una soga larga que permitía a quien quedara en la casa atraer nuevamente el bote hasta la puerta. De la casa a la orilla había también un puentecito de tablas, que se cubría con la marea alta.

Ya en tierra, el hombre caminó hacia la carretera. Se sintió mejor cuando el ruido de los automóviles ahogó el llanto del negrito en la casucha.


II

La segunda vez que el negrito Melodía vio al otro negrito en el fondo del caño fue poco después del mediodía, cuando volvió a gatear hasta la puerta y se asomó y miró hacia abajo.

Esta vez el negrito en el fondo del caño le regaló una sonrisa a Melodía. Melodía había sonreído primero y tomó la sonrisa del otro negrito como una respuesta a la suya. Entonces hizo así con su manita, y desde el fondo del caño el otro negrito también hizo así con su manita. Melodía no pudo reprimir la risa, y le pareció que también desde allá abajo llegaba el sonido de otra risa. La madre lo llamó entonces porque el segundo guarapillo de hojas de guanábana ya estaba listo. 


Dos mujeres, de las afortunadas que vivían en tierra firme, sobre el fango endurecido de las márgenes del caño, comentaban:

-Hay que velo. Si me lo bieran contao, biera dicho que era embuste.

-La necesidá, doña. A mí misma, quién me lo biera dicho, que yo diba llegar aquí. Yo que tenía hasta mi tierrita.

-Pues nosotros juimos de los primeros. Casi no bía gente y uno cogía la parte más sequecita, ¿ve? Pero los que llegan ahora, fíjese, tienen que tirarse al agua, como quien dice. Pero, bueno y esa gente, ¿de ónde diantre haberán salío?

-A mí me dijieron que por ai por Isla Verde tan orbanisando y han sacao un montón de negros arrimaos. A lo mejor son desos.

-¡Bendito!... ¿Y usté se ha fijao en el negrito qué mono? La mujer vino ayer a ver si yo tenía unas hojitas de algo pa hacele un guarapillo, y yo le di unas poquitas de guanábana que me quedaban.

-¡Ay, Virgen, bendito...! 


Al atardecer, el hombre estaba cansado. Le dolía la espalda, pero venía palpando las monedas en el fondo del bolsillo, haciéndolas sonar, adivinando con el tacto cuál era un vellón, cuál de diez, cuál una peseta. Bueno, hoy había habido suerte. El blanco que pasó por el muelle a recoger su mercancía de Nueva York. Y el compañero de trabajo que le prestó su carretón toda la tarde porque tuvo que salir corriendo a buscar a la comadrona para su mujer, que estaba echando un pobre más al mundo. Sí, señor. Se va tirando. Mañana será otro día.

Entró en un colmado y compró café y arroz y habichuelas y unas latitas de leche evaporada. Pensó en Melodía y apresuró el paso. Se había venido a pie desde San Juan para ahorrarse los cinco centavos del pasaje.


III

La tercera vez que el negrito Melodía vio al otro negrito en el fondo del caño fue al atardecer, poco antes de que el padre regresara. Esta vez Melodía venía sonriendo antes de asomarse, y le asombró que el otro también se estuviera sonriendo allá abajo. Volvió a hacer así con la manita y el otro volvió a contestar. Entonces Melodía sintió un súbito entusiasmo y un amor indecible por el otro negrito. Y se fue a buscarlo.