viernes, 9 de agosto de 2013

Déficit ecológico y crisis alimentaria. Por Hirám Guadalupe-Pérez (Publicado en 80 grados)


Uno de los grandes desafíos a los que nos enfrentamos como país es prevenir, y abatir, la crisis alimentaria que nos arropará en los próximos años, de no asumir nuestra responsabilidad y tomar las medidas urgentes que se requieren para evitar un caos.
La pasada semana, la Asociación de Agricultores, en voz de su presidente Ramón González, lanzó una advertencia que no podemos pasar por alto: “Debemos tomar conciencia de la importancia de la agricultura para nuestro país, mucho más cuando en los próximos años se habrá de crear un estado de emergencia en la disponibilidad de alimentos. Que nadie tenga duda que aunque somos aliados de uno de los países que más alimento produce en el mundo, si una emergencia como ésta pasa, para ellos la prioridad no seremos nosotros”.
Sus expresiones, recogidas del periódico El Vocero, anotan, además, que la escasa inversión que el Gobierno de Puerto Rico hace en la agricultura, acompañada del alza en el costo del petróleo, los problemas climáticos y la demanda de alimentos por otros países se suman para encarecer, como nunca antes, los alimentos que consumimos.
Añada que, como si fuera poco, este año se vislumbra un alza en los precios de los alimentos importados que fluctuará entre ocho y 10 por ciento, lo que para el bolsillo de los ciudadanos será grave al considerar que nosotros importamos 80 por ciento de todo lo que consumimos.
Ante la proximidad de una escasez alimentaria, países como China han optado por comprometer, a buen precio, la producción de alimentos en zonas cercanas para ir armando su reserva. Esa situación reducirá directamente los abastos para la exportación y, como resultado, se afectarán todos los países no productores, como el nuestro.

Irónicamente, la crisis nos azotará pudiendo prevenirla. La clave, según han señalado expertos agrónomos, economistas, ambientalistas y planificadores, está en incentivar la producción agraria, discriminar positivamente a favor de los agricultores nacionales, detener la conversión de tierras en cemento y proteger nuestros recursos naturales.
Hoy por hoy, en Puerto Rico se pierde una buena cantidad de alimentos que no logran circular en el mercado porque las tarifas que se ofrecen en las transacciones mercantiles no compensan los costos de producción de nuestros agricultores. En su defecto, los grandes mayoristas optan por importar alimentos pagando menos y sin medir criterios de calidad y frescura.
Así hemos ido lacerando nuestra base de producción alimentaria en las últimas décadas. Producción que, vale aclarar, comenzó su deterioro desde los años 40 del siglo pasado cuando el Gobierno comenzó los planes de desincentivación de la economía agraria para emprender impulso a un modelo industrial que, al paso del tiempo, ha mostrado ser endeble.
Con ese panorama, la Isla se aproxima a vivir una emergencia en la disponibilidad de alimentos que, en palabras del ambientalista Juan Rosario, representaría, en el peor de los casos, un disloque de nuestra estructura social en sólo meses.
Sin embargo, para el Presidente de los agricultores, las autoridades gubernamentales podrían estructurar un plan para comenzar un desarrollo agrícola en tierras baldías, entre las que se estiman hay más de 200,000 cuerdas inutilizadas en zonas montañosas. También, arguyen, se puede comenzar un plan para estimular la producción avícola, ganadera y agropecuaria.
Lo más preocupante de estas previsiones es que el Gobierno no parece sentirse persuadido por las consecuencias de una crisis alimentaria. En vez de poner oído en tierra y examinar las posibilidades del desarrollo agroindustrial, se empeña en la aprobación de leyes que implican la destrucción de nuestros recursos naturales, la pérdida de nuestra capacidad productiva agraria y un holocausto ecológico.
En un excelente artículo del planificador José Rivera Santana, publicado la semana pasada en El Nuevo Día, se detallan las medidas que la Administración de Luis Fortuño ha tomado en dos años para repartir nuestras tierras entre un grupo reducido de desarrolladores sin medir las implicaciones ambientales.
Desde la Ley de Permisos, el Plan Integral de Desarrollo Estratégico Sostenible y la amenaza que sobre la zona del Karso tendrá la construcción del gasoducto, entre otras, apuntan a que estamos lejos de contar con una solución preventiva para paliar la crisis alimentaria y ecológica que se asoma.
Sin tierras, agua y sin protección de nuestros recursos naturales poco podremos hacer, y ésas son las áreas que menos interés muestra el Gobierno en atender y salvaguardar.
A esto sumamos que, de cara a una crisis alimentaria y ecológica, los puertorriqueños y puertorriqueñas debemos trabajar con urgencia para construir un modelo de sociedad responsable, solidaria y con una nueva ética sobre el consumo. Esto es importante porque, en la medida en que no hay producción de alimentos, nuestra base productiva, y de consumo, se inclina al mercado de bienes conformando una cultura consumista y de expoliación de recursos naturales que, en nuestro caso, suele ser excesivo.
Este patrón de consumo, que incide en nuestro modo de vida, quebranta nuestra huella ecológica, reflejándose su impacto en el medio ambiente, la contaminación, el agotamiento de recursos naturales y la crisis de sostenibilidad.


Estudios realizados en Puerto Rico, y divulgados por el ambientalista Juan Rosario, indican que vamos caminando hacia el agotamiento progresivo de nuestra capacidad física para soportar los altos niveles de consumo que marcan nuestra cotidianidad nacional. Por eso, cuando se habla de un aumento en nuestra huella ecológica la referencia es, según explica Rosario, a nuestra relación con el área del territorio ecológicamente productivo que necesitamos para producir alimentos y proteger nuestros recursos naturales frente al por ciento de lo que consumimos y desechamos.
Mientras más consumimos, más es la cantidad de desechos y menos la cantidad de tierra bioproductiva disponible. En nuestra realidad, sostenida por una cultura inclinada al consumo excesivo, la no producción de alimentos y el desecho de desperdicios, nos produce una ecuación nada simpática.
“Nos ha tomado siglos crear este desmadre ambiental en el que vivimos y nos va a tomar décadas arreglarlo… pero debemos comenzar ya”, indicó Rosario en medio de un clase de Planificación Urbana impartida hace unas semanas en el Tren Urbano como parte de la jornada de “Universidad sin Paredes”.
La gravedad del problema alimentario al que nos enfrentaremos pronto, de no hacer nada distinto, visto desde la dimensión de nuestra huella ecológica significa, según el experto ambientalista, que cada puertorriqueño necesitaría cerca de 25 acres de recursos naturales para satisfacer su práctica de consumo y absorber sus residuos, lo que equivale a una huella ecológica de 38 por ciento más de lo estimado como necesario para su sostenibilidad. En otras palabras, al ritmo que vamos necesitaríamos 38 países como Puerto Rico para abastecer las necesidades inducidas de nuestra población. Mas al examinar nuestra dimensión territorial, y el número de habitantes, vemos que cada ciudadano sólo puede disponer de cuatro cuerdas. Como diría El Gran Combo: “no hay cama pa’ tanta gente”.
“Tenemos que considerar nuestra vida en el contexto de la vida de los otros y otras que aún no han nacido. Es decir, vivir para sobrevivir sin restar la posibilidad de que otras generaciones puedan disfrutar de los recursos necesarios para subsistir honrosamente. Eso es sostenibilidad”, precisó Rosario.
Estamos, según este diagnóstico, ante un déficit ecológico severo en el que por nuestras acciones hemos reducido la biocapacidad de nuestro territorio nacional y echamos a perder nuestro futuro y el de generaciones venideras

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