( Publicado en La Vanguardia, España, el 3 marzo de 2004)
Este año se celebra el centenario del nacimiento del
escritor cubano Alejo Carpentier, novelista del trópico y de sus simbiosis, a
menudo surrealistas _véase El reino de este mundo_ con la cultura europea.
Carpentier, de madre rusa y padre francés, tenía el distanciamiento necesario
para teorizar sobre su país y, por ende, sobre Iberoamérica. Él acuñó el concepto
de "lo real maravilloso", que acabaría convirtiéndose en el famoso
"realismo mágico".
Cuando se trata de comprender a Iberoamérica,
"[...] ni el libro europeo, ni el libro yanky nos darán la clave del alma
hispanoamericana", escribió José Martí, forjador de la independencia
cubana. ¿Qué libro entonces tiene la clave del alma de estos países? El libro
del barroco en clave de lo real maravilloso, explicó Carpentier en un lúcido
ensayo que tituló "Lo barroco y lo real maravilloso".
El barroco es un estilo caracterizado por la profusión
de volutas, roleos y adornos en que predomina la línea curva. En un examen
alguien lo definió como "estilo de casas construidas con barro".
Carpentier lo tomó como algo más que un estilo: una sensibilidad; para él, barroco
es una pulsión creadora recurrente a lo largo de la historia y a lo ancho de la
geografía; así serían barroco Rabelais y los templos de la India. El postulado
esencial de la teoría de Carpentier es: "América, continente de simbiosis,
de mutaciones, vibraciones, y mestizaje, fue barroca desde siempre" y cita
como ejemplo las dos epopeyas americanas, el Popol Vuh y el Chilam Balam,
además de las esculturas aztecas. El plateresco entra en América _argumenta
Carpentier_ y encuentra una mano de obra india que, de por sí, con su espíritu
barroco, añade el barroquismo de sus materiales, de su invención, de los
motivos zoológicos, vegetales y florales del nuevo mundo.
Yo creo, y es una hipótesis que no he leído en ninguna
parte, que el barroco sale de América y de la India a partir de los viajes de
los portugueses a la India y de los españoles a México. De esos viajes los
exploradores, comerciantes y conquistadores traerían sin duda dibujos de lo que
iban encontrando, sobre todo tipos, trajes, templos, monumentos, flora y fauna.
Quien haya visitado los templos de la India o los de México conoce su indudable
barroquismo. Hasta que se pueda atribuir _en una maniobra de apropiación
típicamente italiana, como el nombre de América_ a Borromini o Bernini la
invención del barroco, han pasado más de cien años tras los descubrimientos y
viajes de Portugal y España. Me parece pues que el barroco nace de las
influencias de Oriente y América, en vez de ser al revés. Carpentier parece
tender a la misma opinión pero sin atreverse a formularla así.
¿Por qué es América Latina la tierra de elección del
barroco?, se pregunta Carpentier:
[...] porque toda simbiosis, todo mestizaje engendra
un barroquismo. El espíritu criollo es de por sí un espíritu barroco. El
barroquismo americano se crece con la criollidad, con la conciencia que cobra
el hombre americano, sea hijo de indio nacido en el continente. Con tales
elementos en presencia, aportándole cada cual su barroquismo, entroncamos
directamente con lo que yo he llamado lo real maravilloso. Esto se me hizo
particularmente evidente durante mi permanencia en Haití, al hallarme en
contacto cotidiano con lo real maravilloso.
Lo real maravilloso es una inesperada alteración de lo
real que causa asombro por lo insólito, y admiración por ser extraordinario, es
como una revelación, una ampliación de las escalas de la realidad. Lo real
maravilloso no es lo surrealista, entre ambos hay la misma distancia que entre
fantasía e imaginación. La fantasía _decía Coleridge, según me repitió Jaime
Gil de Biedma_ es una combinatoria de la imaginación, pero es estéril: la
imaginación inventa combinaciones nuevas que podrían existir en la realidad.
Así la conocida imagen surrealista del encuentro de un paraguas con una máquina
de coser sobre una mesa de operaciones es una mera combinación verbal, como esa
pueden producirse docenas: por ejemplo, el encuentro de un casco de bombero con
un ordenador en una mesa electoral. Las quimeras son fáciles, la imaginación
creativa es ardua y vital.
En 1925 el crítico de arte alemán Franz Roth acuñó el
término "realismo mágico" para describir una pintura donde se
combinan formas reales de manera no conforme a la realidad cotidiana. Un
ejemplo de ello sería la pintura de Balthus. Luego se aplicó el término a la novela
del "boom" hispanoamericano, que se inicia con Juan Rulfo y se
consagra con su imitador García Márquez. El propio Carpentier en la novela El
reino de este mundo describe el palacio que el rey negro de Haití, Henri
Christophe, construyó en las montañas haitianas imitando Sans Souci y la corte
de Versalles. Detrás del palacio el reyezuelo construye La Ferrière, castillo
inexpugnable _según cree_ porque ha mezclado sangre de toros sacrificados en la
argamasa. Eso es lo real maravilloso, porque es verídico; y esa es la apoteosis
del barroco americano. Aquí lo insólito es cotidiano, concluye Carpentier.
"Hay todavía demasiados `adolescentes que hallan placer en violar los
cadáveres de hermosas mujeres recién muertas' (Lautréamont) sin advertir que lo
maravilloso estaría en violarlas vivas".
Cuando Hernán Cortés divisó la ciudad de Tenochtitlan,
escribió en una carta a Carlos V: "Por no saber poner nombres a estas
cosas, no las expreso". Se han necesitado cuatro siglos para que
Carpentier, Rulfo o García Márquez, supieran poner nombres a lo real
maravilloso, que es la clave barroca del alma iberoamericana.
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