jueves, 15 de agosto de 2013

Ciudad Juárez, matadero de mujeres (Elena Poniatowska)

Ciudad Juárez: matadero de mujeres/ I (Elena Poniatowska)


(Publicado en La Jornada el 26 noviembre de 2002)


En una entrevista reciente, el poeta David Huerta declaró muy espontáneamente y con toda razón a propósito de las muertas de Juárez: "Esos crímenes son un absoluto y total escándalo". Sergio González Rodríguez lo corrobora con una frase a la que le dio un giro extraordinario, el de "las muertas sin fin de Ciudad Juárez". En esa misma entrevista, David Huerta acusó a Fox y lo tildó de incapaz, así como "al estúpido gobernador de Chihuahua", y concluyó: "Tienen que resolver estos crímenes, si no este país no vale la pena".
Desde luego el libro de Sergio González Rodríguez vale la pena. Huesos en el desierto nos enseña a un gobierno que cierra los ojos, a un país de culpables, y nos abofetea con la indiferencia (y también la indefensión) de 400 mil mujeres, casi la mitad de la población de Juárez, Chihuahua, que cuenta con un millón de habitantes. Asimismo nos advierte que entre 1993 y 1995 los cadáveres de 30 mujeres asesinadas se encontraron casi en el mismo lugar, que en 1995 la ciudad padeció mil 302 delitos sexuales de los que 14.5 por ciento fueron violaciones. Un año después, el número de delitos había aumentado 35 por ciento respecto a 1995. Los cuerpos estrangulados y violados encontrados en la arena del desierto pertenecían a muchachas pobres, morenas, de cabello largo, delgadas, bonitas (como son todas las jóvenes), que por lo general sostenían a su familia al trabajar en maquiladoras, farmacias o tiendas de autoservicio.
Sergio también cita textualmente al corresponsal de La Jornada en Juárez: "La muerte de las mujeres en Ciudad Juárez -o feminicidio- se da en un marco de violencia en la región, que ha dejado más de mil 600 muertes de 1993 a la fecha, incluyendo 460 ejecuciones de narcotraficantes".
En la frontera entre México y Estados Unidos pocas heridas cicatrizan, al contrario, la mayoría se infecta y pudre el organismo. Allí, en zonas de contagio, bullen a la más alta temperatura el poder político, el narcotráfico, la violencia, la codicia. Se trata de una franja gangrenada. En ella se estancan rencorosos, desempleados frustrados, los aprendices de todo y oficiales de nada (México es un país de desempleados y, por lo tanto, de hambrientos). Juárez es una ciudad tomada por la chatarra, un inmenso cementerio de automóviles. Allí, entre la herrumbre de las salpicaderas, las cajuelas y las portezuelas, tratan de respirar los habitantes. Además del osario del que nos habla Sergio González Rodríguez, se acumula el de ese soberano imbécil que es el automóvil. Ahogados por hierros retorcidos y llantas ponchadas, los extraterrestres (o casi) que viven en esta franja de tierra cumplen con el precepto: "polvo eres y en polvo te convertirás". Un polvo gris, mortuorio, todo lo ensucia, los escasos árboles se cubren de polvo, los cadáveres de 300 muchachas se desintegran enterrados en el polvo, el espíritu de 500 desaparecidas se va perdiendo como ánima en pena convertido en polvo.
Ya en su libro Juárez, el laboratorio de nuestro futuro, el escritor estadunidense Charles Bowden nos hacía un retrato escalofriante de lo que es Ciudad Juárez, en la que muchos viven en lo más profundo de la miseria, terreno fértil para el crimen. Tan es así que en los últimos 10 años, cada 15 días ha sido asesinada una mujer.
El de Bowden es un volumen de fotografías tomadas por mexicanos que además de buenos fotógrafos tienen la ventaja de vivir en la frontera y, en muchos casos, de haber nacido en ella. Por lo tanto pisan terreno conocido y hablan de lo que saben. Por ejemplo, al entrar al área desértica llamada Lote Bravo, Jaime Bailleres captó el cadáver de una muchacha boca abajo cubierta por la arena. Sobresalían parte de sus piernas y sus pies metidos en sandalias blancas. Se trata de una de las primeras "muertas de Juárez", como Víctor Ronquillo tituló su libro. Muchas veces los cadáveres son descubiertos porque la carne en descomposición hiede, como le sucedió al albañil que encontró hace poco uno de los cadáveres.
Señorita extraviada, el ahora célebre documental de Lourdes Portillo, filmado en el año 2000, afectó a todos sus espectadores y reavivó la indignación en contra de este crimen múltiple. Le dio además proyección internacional. Con Huesos en el desierto, Sergio González Rodríguez viene a unirse a la campaña de apoyo a los familiares que se enfrentan a la indiferencia total del gobierno de Chihuahua desde hace 9 años, a lo largo de los cuales casi 300 mujeres han sido asesinadas.
Ciudad Juárez es una ciudad de maquilas. La mayoría de sus empleadas trabajan en colonias alejadas en las que no hay alumbrado y difícilmente encuentran transporte. Algunas mujeres acuden a las tres de la mañana, porque escogen el tercer turno. El primero es de siete de la mañana a tres de la tarde, el segundo de las tres y media a las doce y media o una de la mañana, y el tercero de las tres a la siete. Ese último es el de menos gente pero el de mejor paga. "Yo hacía arneses y sorteaba cupones y bobinas, unos como carretitos de hilo de los que metes a la máquina de coser. Hacía un triangulito y lo soldaba; eso es parte de un arnés para refrigerador", dice Celestina Gómez, a quien todos llaman Tina.



Ciudad Juárez, matadero de mujeres/ II (Elena Poniatowska)

(Publicado en La Jornada el 27 noviembre de 2002)
¿Por qué Sergio González Rodríguez escribió Huesos en el desierto? Por lo general los intelectuales no se aventuran a temas tan sórdidos. Sergio es un creador, un crítico literario, un escritor que opina sobre temas de alta cultura, como suele llamársele. Es un hombre que vive entre libros y se rodea de revistas y suplementos culturales. Su ámbito es la investigación y la biblioteca. ƑPor qué abandonó sus amados documentos para hurgar en la basura? ƑPor qué se lanzó, como apunta Christopher Domínguez, a un periodismo duro, a una geografía del peligro, por qué escogió un "ecosistema del mal"? ƑPor qué puso en riesgo su propia integridad?
Como cuenta González Rodríguez en su epílogo, sus razones para escribirlo fueron personales. Primero publicó reportajes para el periódico Reforma. Por ello lo asaltaron en un taxi el 15 de junio de 1999, lo golpearon, lo hirieron con un picahielos en las piernas y dos meses más tarde, al sentirse mal y darse cuenta de que se le trababa la lengua, terminó en el hospital, donde le diagnosticaron un hematoma en el cerebro, producto de los golpes del asalto. Tuvo que someterse a una peligrosa operación, desde luego mucho menos peligrosa que la violencia a la que lo habían expuesto los dos sujetos armados que lo atacaron porque Sergio inició una investigación a fondo sobre Ciudad Juárez y sus muertas.
Lejos de amedrentarlo, la violencia ejercida en su contra le dio razones aún más poderosas para inclinarse sobre la violencia que se ejerce contra los demás. Después de varios reportajes, uno al alimón con Rossana Fuentes, decidió adentrarse en la herida atroz, sanguinolenta, fresca y siempre renovada del asesinato en serie de las mujeres de Juárez. Así, como lo dice Christopher Domínguez, Sergio González Rodríguez se convirtió en un "escritor civilizatorio".
Las ciudades fronterizas de Tijuana y Ciudad Juárez, por ejemplo, están catalogadas como ciudades problema: alcoholismo, narcotráfico, prostitución. Juárez sería la segunda ciudad en la lista, pero debido a los asesinatos, alcanzó un espantoso primer lugar. Según Adriana Gandía, esa frontera iba a ser un ejemplo de desarrollo, habría trabajo para todos en las maquiladoras, aunque la mano de obra fuera barata, allá los mexicanos podrían tener una mejor vida. La situación en el campo era de enorme miseria y la rápida industrialización en Ciudad Juárez atrajo a mucha gente que decidió venir a trabajar en las maquilas por una paga mínima, pero segura, al menos. Juárez brindaba un mejor nivel de vida y quién quite y con suerte hasta podrían pasarse al otro lado. En los años 90, Juárez conoció un auge laboral y económico que la equiparó con la antesala del American way of life. Llegaron muchos mexicanos a esta ciudad fea (hoy todavía más fea gracias a los automóviles) y entre ellos llegó para quedarse, también en automóvil, el narcotráfico.
González Rodríguez informa en su libro Huesos en el desierto que en el caso de las mujeres asesinadas, la maquiladora, que en un momento trajo a Ciudad Juárez un gran desarrollo industrial y le dio de comer a muchas familias, se ha mantenido al margen de los crímenes. Sería muy útil para la justicia (si es que existe en Juárez) que los capataces y directivos dijeran quiénes eran sus empleadas muertas, quiénes sus amistades, qué fue lo que hicieron su último día de vida y sobre todo que la empresa instalara un alumbrado público en las colonias cercanas y presionara para obtener vigilancia y seguridad.
En las áreas más pobres no hay alumbrado, muchas de las obreras salen a las tres de la mañana, caminan por callejones oscuros y sin empedrar. No hay seguridad y como tampoco hay pavimento las patrullas no suben a esa zona, y por lo tanto es nula la vigilancia. Sin embargo, varias madres de familia han alegado que si por alguna razón iban a llegar tarde, las muchachas hablaban por teléfono y estaban pegadas a la familia. Aunque a Juárez lo han pintado como Sodoma y Gomorra, es una ciudad en la que los sectores campesinos más pobres guardan costumbres arraigadas, cumplen con fiestas y preceptos. La mayoría de las mujeres en Juárez trabaja; son ellas la fuerza que mueve la industria maquiladora, por lo tanto, resulta demasiado fácil tildarlas de prostitutas para así descalificarlas, disminuir el horror de su desaparición y nulificar las averiguaciones.
Como lo dice muy bien la actriz María Rojo: al solicitar mujeres para el trabajo, las maquiladoras invirtieron su papel y las convirtieron en el sustento del hogar. La mayoría de ellas, madres solteras, mantuvieron a sus hijos y, en muchas ocasiones, a sus padres.
El problema de las muertas de Juárez es de impunidad y de misoginia, como deja muy claro Sergio González Rodríguez. Mujeres de 14 y 15 años han sido encontradas muertas en Ciudad Juárez sin que el gobierno se preocupe por esos asesinatos convirtiéndolos en los más despiadados de México. Hace unos cuantos días se encontraron dos muchachas más en el desierto y el número ha aumentado a 300. El viernes 15 de noviembre desaparecieron otras dos muchachas y no sería raro que ahora mismo, mientras hablamos, desapareciera otra. Estas dos muchachas eran alumnas de secundaria y su padre Rafael Díaz Hernández aseguró que "nunca faltan a su casa". En el caso de las que trabajan en maquiladoras -muchas de ellas madres solteras- han desaparecido de 1993 hasta la fecha sin que una sola autoridad ponga el grito en el cielo, a pesar del dolor y la impotencia de sus familiares. La mayoría son estranguladas y muchas son violadas. Hemos visto fotografías aterradoras. El corresponsal de La Jornada en Ciudad Juárez, Rubén Villalpando Moreno, asentó el 4 de noviembre: "La mayor parte de los homicidios considerados en serie fueron cometidos con enorme brutalidad, ya que aparte de violarlas sexualmente por ambas vías, el o los homicidas les apretaban el cuello para estrangularlas, con lo que el violador sentía mayor placer porque ellas contraían de esta forma sus órganos genitales; además las mordieron y atacaron con cuchillos en pecho y abdomen en extraños ritos de muerte."
"Algunas tenían los senos cercenados; otras, como las ocho localizadas en el mismo sitio en 2001, tenían el pelo cortado en la base del cráneo; unas cuantas tenían cortado un triángulo en sus órganos genitales, lo que hace pensar en ritos satánicos".
¿Por qué no hay reacción? ¿Por qué siguen libres los victimarios de las mujeres?
En 1985, después del terremoto del 19 de septiembre, las últimas en ser rescatadas fueron las costureras de las fábricas de San Antonio Abad. ¿Por qué? Porque eran mujeres, trabajaban sin seguro social en talleres clandestinos y las consideraban igual que basura. Lo mismo sucede con las muertas de Juárez. Para variar quienes piden que se haga justicia son las indignadas madres de familia. ¿Qué puede sentir una madre al encontrar el cadáver de su hija desnucada, el seno derecho cercenado y el pezón izquierdo arrancado a mordidas? ¿Cuándo piensa el gobierno panista ponerle fin a esta barbarie?
¿Qué pensarían ustedes, señores y señoras, si además de que su hija desapareciera y amaneciera asesinada, mutilada, violada, las autoridades le dijeran que vivía una doble vida, que ella se lo buscó, que finalmente era una prostituta, y le demostraran paso por paso que no valía nada y que su muerte tampoco importa nada?
Nunca el manejo de la información en los medios ha sido tan cruel como en el caso de las muertas de Juárez. La actitud de las autoridades no sólo es de indiferencia, sino denigrante para las muertas y para las familias, como si las mujeres no fueran seres humanos. "Yo tengo un hijo y sentiría horrible que algo le pasara y sentiría más horrible aún que la gente viniera a decirme que mi hijo tenía 'doble vida' o que estaba 'mal de la cabeza', me dijo Rohry Benítez, quien ha destacado como gran defensora de las muertas. El gobernador de Chihuahua fue aún más lejos al declarar que las jóvenes "no iban precisamente a misa".



Ciudad Juárez, matadero de mujeres/ III (Elena Poniatowksa)

(Publicado en La Jornada el 28 noviembre de 2002)
Entre 1993 y 1998 fueron asesinadas 137 mujeres, y en 1999 las muertas fueron 15 muchachas de familia, que en promedio tenían 15, 16, 17 años. Muchas de ellas eran estudiantes, además de trabajar en maquiladoras, zapaterías, farmacias, o eran secretarias, edecanes, telefonistas, recepcionistas, etcétera. Ahora son 300 las mujeres asesinadas, y 500, desaparecidas. Lo único que las caracterizaba es que eran de escasos recursos, la mayoría del interior de la República, que buscaron en Ciudad Juárez un mejor nivel de vida.
Rohry Benítez (quien escribió un primer libro, con sus indignadas compañeras Adriana Gandía, Guadalupe de la Mora y Josefina Rodríguez) entró en contacto con los familiares, que habían conformado agrupaciones como Nuestras Hijas de Regreso a Casa, 8 de Marzo -entre otras-, una asociación de mujeres que presiona a las autoridades y a la policía desde 1995, cuya sede principal está en el Distrito Federal, pero tiene filiales en la frontera como Católicas por el Derecho a Decidir. Algunos miembros de estas ONG son padres de niñas de 10 años hoy desaparecidas. Uno de los últimos casos, en 1999, fue el de una niña de 13 años, violada y asesinada. Al hablar de ella, los periódicos de Ciudad Juárez escribieron: "la mujer". Dos semanas después el mismo diario difundió que un niño había sido asesinado por un médico negligente en el Seguro Social, y a él lo llamaron "el niño", pero a ella, por violada, la llamaron "la mujer".
El Diario y El Norte de Juárez, dos de los periódicos de Ciudad Juárez, confinaban el caso de las asesinadas y desaparecidas a la nota roja y a la publicación de fotografías muy agresivas, amarillistas, en primera plana. Ponían en la portada un tacón rojo, dando la imagen de que las mujeres eran prostitutas. En vez de sensibilizar a los lectores, los artículos reforzaban la creencia de que las mujeres son basura, llevan una "doble vida" y, por lo tanto, están expuestas a que las maten. El ex gobernador de Chihuahua Francisco Barrio jamás habló con respeto de las asesinadas ni rindió una sola cuenta a los atribulados familiares.
Las madres de familia han sido las más afectadas e indignadas, y se han encargado de replicar que sus hijas eran trabajadoras y que inclusive muchas de ellas estudiaban. Sin embargo, se les dijo que no, que aparte de estudiar o trabajar, sus hijas llevaban otra vida: la de la calle, y no les decían la verdad. Todo ello creó un clima espantoso en contra de las muertas. Con mucha dignidad las madres de familia respondieron: "Estamos conscientes de que algunas mujeres incluidas en la lista de asesinadas o desaparecidas trabajaban en bares, y tal vez se dedicaban a la prostitución, pero no tenían por qué ser victimadas como lo han sido".
A partir de 1995 el ex gobernador Francisco Barrio difundió la versión de "mala conducta" de las asesinadas, con el claro objetivo de decir: "las responsables son ellas, por llevar esa vida", y en vez de esclarecer los crímenes el gobierno gastó millones de pesos en publicar planas enteras denunciando la supuesta doble vida de las muertas. En lugar de dar curso a las investigaciones, el gobierno hizo campañas publicitarias sin ton ni son: "Súbete a tu carro rápidamente", "Trae las llaves de tu carro siempre a la mano", "Vomita encima del que intente violarte", "Lleva un silbato en la mano", "No te aventures en zonas solitarias", consejos insultantes, ya que las mujeres que trabajan en maquiladoras no tienen automóvil, ni llaves, ni posibilidades económicas, ni pueden defenderse arrojando un gas lacrimógeno a los ojos del agresor. El resultado de esas campañas fue aterrador. En las discusiones matrimoniales, el marido enojado solía amenazar: "Si no obedeces, te aviento en el desierto" o "Ya sabes lo que te espera: el desierto", y empezaron a circular unos llaveros acojinados de plástico rosa: pezones de mujer.
Es cierto, Ciudad Juárez tiene una vida nocturna (sórdida en muchos casos, y alimentada por cuarteles de soldados estadunidenses que vienen en busca de una buena parranda), hay tráfico de droga, night-clubs, bares, cantinas, prostíbulos, antros de perdición, hoteles de paso, etcétera.
Como lo informa Sergio González Rodríguez, las muchachas han sido encontradas en terrenos despoblados: estranguladas y algunas de ellas calcinadas. Rohry Benítez y sus compañeras documentaron, de 1993 a 1998, 137 casos de muchachas enterradas en el polvo, hoy un desierto cubierto de cruces.
Al igual que la película de Lourdes Portillo, Huesos en el desierto es esencial no sólo porque es un extraordinario, estrujante documento, sino porque rescata el modo de vida de algunas mujeres, que además de asesinadas han sido vilipendiadas. Murieron inútilmente, cuando tenían derecho a la vida y querían vivir y reían como las vemos reír y sonreír en fotografía y en el filme Señorita extraviada. En cambio, fueron torturadas de la manera más bestial por el solo hecho de ser mujeres sin recursos que luchaban por la vida. Mutiladas, violadas, acuchilladas, estranguladas. Hay huellas que prueban que las torturaron antes de matarlas. Algunas llevaban un diario, acostumbraban escribir lo que les pasaba, como en el dramático caso de Eréndira, de 15 años, quien dejó consignado en su escrito desde lo que le gustaba comer hasta lo que quería llegar a ser un día. De otras estamos enterados por la voz de sus madres o de sus hermanas, que recuerdan sus anhelos, su entereza. Una niña de 13 años denunció a El Tolteca, de la banda de Los Ruteros, quien la atacó sexualmente y la tiró en el desierto creyendo que la había estrangulado, pero ella sobrevivió y lo denunció.
Las películas de Lourdes Portillo y de Cristina Michaus se complementan hoy con la investigación de Sergio González Rodríguez. Estas dos películas reviven a las muertas de alguna manera y nos muestran a mujeres casi niñas que tenían una gran alegría de vivir y fueron importantes no sólo para su familia, sino para nosotros, para la sociedad.
"Las mujeres no valen nada, puede matarlas cualquiera", concluyen las autoridades, como corrobora el libro Huesos en el desierto. Como un kleenex, un vaso de plástico de usar y tirar, un plato desechable, la vida de 300 muchachas se ha ido por el caño. Estas jovencitas no eran basura: estudiaban, tenían esperanza, amigos, novio; una de ellas enseñaba catecismo, otra a reconocer las letras a parvulitos, y ahora que han muerto no se da ningún valor a lo que fueron cuando tenían vida. Al contrario, las autoridades parecen decir: "Se lo buscaron".
El 2 de noviembre, Día de Muertos, María Luisa Moncayo recordó en el Hemiciclo a Juárez a Digna Ochoa y a las mujeres de Juárez. Pidió que se hiciera justicia a las 500 desaparecidas y se indemnizara a los parientes de las 300 asesinadas, que en muchos casos mantenían a su familia. "El cinismo de las autoridades no tiene fin", "Ni una más", "Sadismo sexual", "320 asesinatos, 95 de ellos seriales", rezaban las pancartas.
Como dije al principio, los intelectuales, salvo escasas y honrosas excepciones, no suelen preocuparse, ni mucho menos tratar temas escabrosos. Los derechos humanos son prioridad de Amnistía Internacional y de otros organismos, no de individuos enmarcados por el bastidor de la literatura. Sólo José Revueltas se pasó la vida en la cárcel por defender a sus congéneres. Sergio González Rodríguez lo hizo por un imperativo moral y su libro Huesos en el desierto habla bien de él no sólo porque es un buen texto, sino porque nos muestra a un hombre para quien la condición humana tiene el valor que hizo de André Malraux un gran escritor y un ser humano excepcional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario