lunes, 16 de agosto de 2010

Diferencias entre cuento y novela (Carmen Roig)

Para Cortázar, el cuento se relaciona con la fotografía y la novela con el film. En este sentido, la idea de cuento implica una sola secuencia; la del film, una sucesión.
Sin embargo, para algunos el cuento es únicamente una cuestión de extensión. El cuento es una forma corta que va de 100 a 2.000 palabras (en su forma breve) y de 2.000 a 30.000 (en su extensión media). E. A. Poe decía que el cuento es una lectura que necesita de media hora a dos horas. Así, la novela tiene un mínimo de 100 páginas. Para otros, el cuento es la crisis de un asunto y la novela es el desarrollo de una psicología. Para escribir no hay recetas. Por lo tanto, ambas cosas son relativas, pero a veces resultan cómodas. No olvidar que los géneros se pueden transgredir.

Si bien la novela se estructura también como el cuento en exposición, nudo y desenlace, estas tres partes suelen tener una extensión aproximadamente igual, mientras que en el cuento existe una preponderancia de un solo nudo o núcleo alrededor del cual gira la historia.

En cuanto a las técnicas narrativas, se pueden aplicar las mismas en ambos casos, pero dosificadas de distinta manera. Veámoslo:

1) Las descripciones en una novela pueden ocupar muchas páginas. En un cuento son parte del argumento y ocupan la extensión mínima imprescindible.

2) El diálogo en la novela nos da a conocer los personajes, a veces totalmente. En el cuento, está subordinado a la trama del acontecimiento principal y no es un mecanismo independiente.

3) El tratamiento del tiempo en la novela puede ser extenso. En el cuento, está determinado por su reducida extensión. Precisamente en dichos límites está la fuerza del buen cuento.

4) El personaje en la novela puede ser el elemento fundamental, y su presentación ser tan o más importante que la acción, según de qué novela se trate. El personaje en el cuento está supeditado, al igual que todos los aspectos más arriba enunciados, a la trama y al acontecer.

La trama es imprescindible

La trama puede ser más o menos simple, más o menos compleja, pero no puede faltar en un cuento. Lo que hace el cuentista es elegir un hecho: un escándalo, una traición, un homicidio, una incongruencia, un idilio, un lapsus, un desvío; y lo organiza en un cuento. Para ello, combina la idea inicial, o punto de partida, con otros incidentes sucedidos o inventados en función de esa trama que, en realidad, es el cuento mismo.

El estilo de un escritor se descubre también por la forma en que trama sus argumentos. En este sentido, "La noche boca arriba", de J. Cortázar y "El Sur", de J. L. Borges, podrían ser resumidos igual: como la historia de alguien que sueña a otro y al mismo tiempo no sabe si el otro lo está soñando a él. Muchos más cuentos podrían sintetizarse con estas palabras, incluso aquél cuento chino tan conocido de hace veintitrés siglos:

"Hace muchas noches fui una mariposa que revoloteaba contenta de su suerte. Después me desperté, y era Chuang-Tzu. Pero ¿soy en verdad el filósofo Chuang-Tzu que recuerda haber soñado que fue una mariposa o soy una mariposa que sueña ahora que es el filósofo Chuang-Tzu?"

Por lo tanto, importa más cómo se trame el argumento que el argumento mismo.

Recapitulando:

La "acción" es lo que ocurre en un cuento.

La "trama" es cómo se distribuyen y relacionan dichas acciones.

Esquema de la trama

Tramar es tejer una red. Los hilos de la red son los hechos, lo que sucede en el cuento. Tramar es decidir cómo se organizará dicho tejido para lograr un efecto. Los estudios desarrollados en torno a los cuentos tradicionales han establecido una serie de puntos esenciales de la trama, basados en la estructura de los cuentos de hadas, y que se pueden resumir así:

-El "protagonista": inicia la acción y es el hilo conductor del juego.

-El "antagonista": representa el obstáculo necesario para generar el conflicto y llegar al clímax.

-El "objeto": lo deseado o lo temido.

Lo singular del cuento

El cuento moderno responde a la singularidad. Cada uno de sus aspectos, tanto la anécdota como su tratamiento, es una invención exclusiva de su autor. En este sentido, se puede decir que hay tantos cuentos como autores.

Hasta el Renacimiento, en cambio, la originalidad narrativa radicaba en la novedosa reelaboración de anécdotas tradicionales: se derivaban cuentos de las vertientes folklóricas u orales. La repetición de temas conocidos por el público era uno de los elementos más apreciados en este tipo de narraciones.

El cuento tradicional se organiza principalmente en el plano de la anécdota, como un encadenamiento de acciones. Admite dos variedades:

1) la maravillosa: expone sucesos fabulosos y sobrenaturales; repertorios populares, historias milagrosas, como en "La leyenda áurea", por ejemplo, o en los cuentos de hadas;

2) la realista: expone sucesos verosímiles y cotidianos, a menudo tratados con comicidad, como en los cuentos de Boccaccio y Chaucer.

El cuento moderno se preocupa más por "cómo se cuenta" que por "qué se cuenta". Ha disminuido la utilización de anécdotas con principio, medio y final. Ganó terreno lo ambiguo, el fragmento cargado de sentido y la exploración psicológica.

-El cuento ha pasado de valorar lo dicho a valorar lo no dicho.

Personalmente notamos con asombro el rechazo que manifiestan algunas personas acerca de obras que cuentan hechos conocidos. Recuerdo, por ejemplo, a una persona que se negó a ver la película Titanic, porque ya se sabía que, al final, el barco se hundía... Quien haga la experiencia de rever una película o una obra de teatro, o releer una obra, comprenderá, no sólo el placer que ello implica sino cuánto realmente se aprende y se disfruta de todos aquellos detalles que, en un primer acercamiento, se nos pasaron por alto.

Me llama la atención comprobar que, con la música, no suele suceder lo mismo. Se suele escuchar decenas de veces una canción o una obra que ya se conoce, para disfrutar nuevamente del placer que nos produce. En cambio he oído comentarios despreciativos o la negativa a leer un cuento o una novela, "porque ya se sabe en qué va a terminar"...

Lo no dicho

En el cuento contemporáneo lo que en sí mismo resulta intrascendente o mínimo adquirió la fuerza de una revelación: el nudo del cuento. Los detalles que aislados no cuentan, crecen y se imponen al concentrar el drama o la obsesión del protagonista. La situación mínima, corriente y reiterada de cada día adquiere relieve si el contexto es otro.

Buenos ejemplos de esto son:

1) La desaparición de un abrigo perteneciente a un oscuro funcionario de la administración pública, en "El capote", de Gogol.

2) El alejamiento de un individuo que abandona a su familia para observar qué ocurre en su ausencia, en "Wakefield", de Hawthorne.

3) Situaciones cómicas minúsculas, con muchos cuentos de Chéjov.

4) El recuerdo ocasional, en "Los muertos", de Joyce.

5) La obsesiva inercia de un personaje del montón, en "Bartleby, el escribiente", de Melville.

Hay muchos ejemplos más acerca de cómo, mediante enunciados aparentemente fragmentarios y con historias indirectas, se trata de penetrar en una segunda realidad. Para muchos buenos escritores, escribir cuentos es un modo de hacer aparecer algo que estaba oculto. De ese modo nos hacen ver una verdad que se mantiene oculta hasta el final del cuento y aparece -gracias a la trama- en la forma de revelación. Los cuentos de Kafka, de Borges, de Chéjov, de Hemingway, así lo demuestran.

Cada uno lo consigue a su manera. Veámoslo con un ejemplo: en uno de sus cuadernos de notas, Chéjov registró esta anécdota: "Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a su casa y se suicida".

¿Cómo lo hubiera narrado Hemingway?

Hubiera narrado con detenimiento el casino, la mesa de juego, los movimientos del jugador, su modo de apostar, lo que hace, lo que bebe, pero no hubiera hablado de su estado anímico, de que ese hombre se va a suicidar.

O sea: cuenta una realidad mientras insinúa otra no dicha, pero tanto o más significativa.

Recomendamos que, en la medida de lo posible, se lean y analicen los cuentos y autores que mencionamos a lo largo de nuestras notas. Un escritor no puede serlo (o será muy mediocre) si no es un buen lector.

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha ( por Miguel de Cervantes)

Capítulo duodécimo
De lo que contó un cabrero a los que estaban con Don Quijote



Estando en esto llegó otro mozo de los que les traían de la aldea el bastimento, y dijo: ¿sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros? ¿cómo lo podemos saber? respondió uno de ellos. Pues sabed, prosiguió el mozo, que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de la aldea, la hija de Guillermo el rico, aquella que se anda en hábito de pastora por esos andurriales. Por Marcela dirás, dijo uno. Por esa digo, respondió el cabrero; y es lo bueno, que mandó en su testamento que le enterrasen en el campo como si fuera moro, y que sea al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque, porque según es fama (y él dicen que lo dijo) aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Y también mandó otras cosas tales, que los abades del pueblo dicen que no se han de cumplir ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles. A todo lo cual responde aquel gran su amigo Ambrosio el estudiante, que también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo sin faltar nada como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado, mas a lo que se dice, en fin se hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren, y mañana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho; y tengo para mí que ha de ser cosa muy de ver, a lo menos yo no dejaré de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar. Todos haremos lo mismo, respondieron los cabreros, y echaremos suertes a quien ha de quedar a guardar las cabras de todos. Bien dices Pedro, dijo uno de ellos, aunque no será menester usar de esa diligencia, que yo me quedaré por todos; y no lo atribuyas a virtud y a poca curiosidad mía, sino a que no me deja andar el garrancho que el otro día me pasó este pie. Con todo esto, te lo agradecemos, respondió Pedro.

Y Don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquel y qué pastora aquella. A lo cual Pedro respondió, que lo que sabía era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar con opinión de muy sabio y muy leído.

Principalmente decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasaban allá en el cielo el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna. Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores, dijo Don Quijote. Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento, diciendo: asimesmo adivinaba cuando había de ser el año abundante o estil. Estéril queréis decir, amigo, dijo Don Quijote. Estéril, o estil, respondió Pedro, todo se sale allá. Y digo que, con esto que decía, se hicieron su padre y sus amigos que le daban crédito muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: sembrad este año cebada, no trigo; en este podéis sembrar garbanzos, y no cebada; el que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota. Esa ciencia se llama Astrología, dijo Don Quijote. No sé yo cómo se llama, replicó Pedro, mas sé que todo esto sabía y aún más. Finalmente no pasaron muchos meses después que vino de Salamanca, cuando un día remaneció vestido de pastor con su cayado y pellico, habiéndose quitado los hábitos largos que como escolar traía, y juntamente se vistió con él de pastor otro su grande amigo llamado Ambrosio, que había sido su compañero en los estudios. Olvidábaseme decir cómo Grisóstomo el difunto fue grande hombre de componer coplas, tanto que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo. Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron admirados y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer tan extraña mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro Grisóstomo, y él quedó heredado en mucha cantidad de hacienda, ansí en muebles como en raíces, y en no pequeña cantidad de ganado mayor y menor, y en gran cantidad de dineros: de todo lo cual quedó el mozo señor desoluto; y en verdad que todo lo merecía, que era muy buen compañero y caritativo y amigo de los buenos, y tenía una cara como una bendición. Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había enamorado el difunto de Grisóstomo. Y quiéroos decir ahora, porque es bien que lo sepáis, quén es esta rapaza; quizá y aun sin quizá no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna. Decid Sarra, replicó Don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero. Harto vive la sarna, respondió Pedro; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año. Perdonad, amigo, dijo Don Quijote, que por haber tanta diferencia de sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondísteis muy bien, porque vive más sarna que Sarra, y proseguid vuestra historia, que no os replicaré más en nada.

Digo, pues, señor de mi alma, dijo el cabrero, que en nuestra aldea hubo un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos; no parece sino que ahora la veo con aquella cara, que del un cabo tenía el sol y del otro la luna, y sobre todo hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar su ánima a la hora de hora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de la muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela muchacha y rica en poder de un tío suyo, sacerdote, y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande, y con todo esto se juzgaba que le había de pasar la de la hija; y así fue, que cuando llegó a edad de catorce a quince años, nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella. Guardábala su tío con mucho recato y con mucho encerramiento, pero con todo esto, la fama de su mucha hermosura se extendió de manera, que así por ella, como por sus muchas riquezas, no solamente de los de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la redonda, y de los mejores de ellos, era rogado, solicitado e importunado su tío se la diese por mujer. Mas él, que a las derechas es buen cristiano, aunque quisiera casarla luego, así como la vía de edad, no quiso hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo a la ganancia y granjería que le ofrecía el tener la hacienda de la moza, dilatando su casamiento. Y a fe que se dijo esto en más de un corrillo en el pueblo en alabanza del buen sacerdote. Que quiero que sepa, señor andante, que en estos lugares cortos de todo se trata y de todo se murmura; y tened para vos, como yo tengo para mí, que debe de ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus feligreses a que digan bien dél, especialmente en las aldeas.

Así es la verdad, dijo Don Quijote, y proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con mucha gracia.

La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. Y en lo demás, sabréis que aunque el tío proponía a la sobrina, y le decía las calidades de cada uno, en particular de los muchos que por mujer la pedían, rogándole que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa sino que por entonces no quería casarse, y que por ser tan muchacha no se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que daba al parecer justas excusas, dejaba el tío de importunarla, y esperaba que entrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. Pero hételo aquí, cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y sin ser parte su tío ni todos los del pueblo que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado. Y así como ella salió en público, y su hermosura se vio al descubierto, no os sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Grisóstomo, y la andan requebrando por estos campos. Uno de los cuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que la dejaba de querer y la adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta, y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se podrá alabar, que le haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su deseo. Que puesto que no huye ni es esquiva de la compañía y conversación de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de sí como con un trabuco. Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que por si ella entrara la pestilencia, porque su afabilidad y hermosura atraen los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla; pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse, y así no saben qué decirle sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a este semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan; y si aquí estuviéredes, señores, algún día, veríades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen. No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela, y encima de alguna una corona grabada en el mesmo árbol, como si más claramente dijera su amante que Marcela la lleva y la merece de toda la hermosura humana. Aquí suspira un pastor, allí se queja otro, acullá se oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. Cual hay que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y trasportado en sus pensamientos, le halla el sol a la mañana; y cual hay que sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo; y deste y de aquel, y de aquellos y destos, libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela. Y todos los que la conocemos estamos esperando en qué ha de parar su altivez, y quién ha de ser el dichoso que ha de venir a domeñar condición tan terrible, y gozar de hermosura tan extremada. Por ser todo lo que he contado tan averiguada verdad, me doy a entender que también lo es la que nuestro zagal dijo que se decía de la causa de la muerte de Grisóstomo. Y así os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana a su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos amigos, y no está deste lugar a aquel donde manda enterrarse media legua.

En cuidado me lo tengo, dijo Don Quijote, y agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento. ¡Oh! replicó el cabero. Aun no sé yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela; mas podría ser que mañana topásemos en el camino algún pastor que nos lo dijese; y por ahora bien será que os vais a dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida, puesto que es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de contrario accidente.

Sancho Panza que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó por su parte que su amo se entrase a dormir en la choza de Pedro. Hízolo así y todo lo más de la noche se la pasó en memorias de su señora Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces.


Capítulo decimotercero
Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos




Mas apenas comenzó a descubrirse el día por los balcones del Oriente, cuando los cinco de los seis cabreros se levantaron y fueron a despertar a Don Quijote, y a decille si estaba todavía con propósito de ir a ver el famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían compañía. Don Quijote, que otra cosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho que ensillase y enalbardase al momento, lo cual él hizo con mucha diligencia, y con la misma se pusieron luego todos en camino.

Y no hubieron andado un cuarto de legua, cuando al cruzar de una senda vieron venir hacia ellos hasta seis pastores vestidos con pellicos negros, y coronadas las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un grueso bastón de acebo en la mano; venían con ellos asimismo dos gentiles hombres de a caballo tan bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que los acompañaban.

En llegándose a juntar se saludaron cortésmente, y preguntándose los unos a los otros dónde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro, y así comenzaron a caminar todos juntos. Uno de los de a caballo, hablando con su compañero le dijo: - Paréceme, señor Vivaldo, que habemos de dar por bien empleada la tardanza que hiciéremos en ver este famoso entierro que no podrá dejar de ser famoso, según estos pastores nos han contado extrañezas, así del muerto pastor como de la pastora homicida. Así me lo parece a mí, respondió Vivaldo, y no digo yo hacer tardanza de un día, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle. Preguntóles Don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo. El caminante dijo que aquella madrugada habían encontrado con aquellos pastores, y que por haberles visto en aquel tan triste traje les habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contó, contando las eztrañezas y hermosura de una pastora llamada Marcela, y los amores de muchos que la recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban. Finalmente, él contó lo que Pedro a Don Quijote había contado.

Cesó esta plática y comenzóse otra, preguntando el que se llamaba Vivaldo a Don Quijote, qué era la ocasión que le movía a andar armado de aquella manera por tierra tan pacífica. A lo cual respondió Don Quijote: - La profesión de mi ejercicio no consiente ni permite que yo ande de otra manera; el buen paso, el regalo y el reposo allá se inventaron para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas sólo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos. Apenas oyeron esto, cuando todos le tuvieron por loco, y por averiguarlo más y ver qué género de locura era el suyo, le tornó a preguntar Vivaldo qué quería decir caballeros andantes. - ¿No han vuestras mercedes leído, respondió Don Quijote, los anales e historias de Inglaterra, donde se tratan las famosas fazañas del rey Arturo, que continuamente en nuestro romance castellano llamamos el rey Artús, de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de la Gran Bretaña, que este rey no murió, sino que por arte de encantamiento se convirtió en cuervo, y que andando los tiempos ha de volver a reinar y a cobrar su reino y cetro; a cuya causa no se probará que desde aquel tiempo a este haya ningún inglés muerto cuervo alguno? Pues en tiempo de este buen rey fue instituida aquella famosa orden de caballería de los caballeros de la Tabla Redonda, y pasaron sin faltar un punto los amores que allí se cuentan de Don lanzarote del Lago con la reina Ginebra, siend medianera dellos y sabidora aquella tan honrada duaña Quitañona, de donde nació aquel famoso romance, y tan decantado en nuestra España de:

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido,
como lo fue Lanzarote
cuando de Bretaña vino;

con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amorosos y fuertes fechos. Pues desde entonces, de mano en mano fue aquella orden de caballería extendiéndose y dilatándose por muchas y diversas partes del mundo; y en ella fueron famosos y conocidos por sus fechos el valiente Amadís de Gaula con todos sus hijos y nietos hasta la quinta generación, y el valeroso Felixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y casi que en nuestros días vimos y comunicamos y oímos al invencible y valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto, pues, señores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballería, en la cual, como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo mismo que profesaron los caballeros referidos, profeso yo; y así me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me depare, en ayuda de los flacos y menesterosos.

Por estas razones que dijo, acabaron de enterarse los caminantes que era Don Quijote falto de juicio, y del género de locura que señoreaba, de lo cual recibieron la misma admiración que recibían todos aquellos qeu de nuevo venían en conocimiento della. Y Vivaldo, que era persona muy discreta y de alegre condición, por pasar sin pesadumbre el poco camino qeu decían que les faltaba a llegar a la sierra del entierro, quiso darle ocasión a que pasase más adelante con sus disparates. Y así le dijo: paréceme, señor caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de las más estrechas profesiones que hay en la tierra, y tengo para mí que aún la de los frailes cartujos no es tan estrecha. Tan estrecha bien podía ser, respondió nuestro Don Quijote; pero tan necesaria en el mundo, no estoy en dos dedos de ponello en duda. Porque si va a decir verdad, no hace menos el soldado que pone en ejecución lo que su capitán le manda, que el mismo capitán que se lo ordena. Quiero decir, que los religiosos con toda paz y sosiego piden al cielo el bien de la tierra; pero los soldados y cablleros ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndola con el valor de nuestros brazos y filos de nuestras espadas; no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puesto por blanco de los insufribles rayos del sol en el verano, y de los erizados hielos del invierno. Así que somos ministros de Dios en la tierra, y brazos por quien se ejecuta en ello su justicia. Y como las cosas de la guerra, y las a ellas tocantes y concernientes no se pueden poner en ejecución sino sudando, afanando y trabajando excesivamente, síguese que aquellos que la profesan tienen sin duda mayor trabajo que aquellos que en sosegada paz y reposo están rogando a Dios favorezca a los que poco pueden. No quiero yo decir, ni me pasa por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero andante como el de encerrado religioso; sólo quiero inferir, por lo que yo padezco, que sin duda es más trabajoso y aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso, porque no hay duda sino que los caballeros andantes pasados pasaron mucha mala ventura en el discurso de su vida. Y si algunos subieron a ser emperadores por el valor de su brazo, a fe que les costó buen porqué de su sangre y de su sudor; y que así a los que tal grado subieron les faltaran encantadores y sabios que los ayudaran, que ellos quedarán bien defraudados de sus deseos y bien engañados de sus esperanzas.

De ese parecer estoy yo, replicó el caminante; pero una cosa entre otras muchas, me parece muy mal de los caballeros andantes, y es que cuando se ven en ocasión de acometer una grande y peligrosa aventura, en que se ve manifiesto peligro de perder la vida, nunca en aquel instante de acometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano está obligado a hacer en peligros semejantes; antes se encomiendan a sus damas con tanta gana y devoción, como si ellas fueran su Dio: cosa que me parece que huele algo a gentilidad.

Señor, respondió Don Quijote, eso no puede ser menos en ninguna manera, y caería en mal caso el caballero andante que otra cosa hiciese; que ya está en uso y costumbre en la caballería andantesca que el caballero andante, que al acometer algún gran fecho de armas tuvise su señora delante, vuelva a ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con ellos le favorezca y ampare en el dudoso trance que acomete; y aun si nadie le oye, está obligado a decir algunas palabras entre dientes, en que de todo corazón se le encomiende, y desto tenemos innumerables ejemplos en las historias. Y no se ha de entender por esto que han de dejar de encomendarse a Dios, que tiempo y lugar les queda para hacello en el discurso de la obra. Con todo eso, replicó el caminante, me queda un escrúpulo, y es que muchas veces he leído que se traban palabras entre dos andantes caballeros, y de una en otra se les viene a encender la cólera, y a volver los caballos, y a tomar una buena pieza del campo, y luego sin más ni más, a todo el correr dellos se vuelven a encontrar, y en mitad de la corrida se encomiendan a sus damas; y lo que suele suceder del encuentro es que el uno cae por las ancas del caballo pasado con lalanza del contrario de parte a parte, y al otro le aviene también que a no tenerse a las crines del suyo no pudiera dejar de venir al suelo; y no sé yo cómo el muerto tuvo lugar para encomendarse a Dios en el discurso de esta tan celebrada obra; mejor fuera que las palabras que en la carrera gastó encomendándose a su dama, las gastara en lo que debía, y estaba obligado como cristiano; cuanto más que yo tengo para mí que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son enamorados.

Eso no puede ser, respondió Don Quijote: digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan propio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores, y por el mismo caso que estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo caballero, sino por bastardo, y que entró en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrón. Como todo eso dijo el caminante, me parece, si mal no me acuerdo, haber leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse, y con todo esto no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero. A lo cual respondió nuestro Don Quijote: Señor, una golondrina sola no hace verano; cuanto más que yo sé que de secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera de aquello de querer a todas bien, cuantas bien le parecían, era condición natural a quien no podía ir a la mano. Pero en resolución, averiguado está muy bien que él tenía una sola a quien le había hecho señora de su voluntad; a la cual se encomendabaq muy a menudo y muy secretamente, porque se preció de secreto caballero.

Luego si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado, dijo el caminante, bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues de la profesión, y si es que vuestra merced no se precia de ser tan secreto como Don Galaor, con las veras que puedo, le suplico, en nombre de toda esta compañía y en el mío, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama, que ella se tendrá por dichosa de que todo el mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced parece. Aquí dio un gran suspiro Don Quijote y dijo: yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea, su patria el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza qeu los poetas dan a sus damas; que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blacura nieve; y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sola la discreta consideración puede encarecerlas y no compararlas. El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber, replicó Vivaldo. A lo cual respondión Don Quijote: no es de los antiguos Curcios, Gayos y Cipiones romanos, ni de los modernos Colonas y Ursinos, ni de los Moncadas y Requesens de Cataluña, ni menos de los Rebellas y Villenovas de Valencia, y Palafoxes Nuzas, Rocabertis, Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón; Cerdas, Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla; Alencastros, Pallas y Meneses de Portugal; pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos; y no se me replique en esto, si no fuere con las condiciones que puso Cerbino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decía:

Nadie las mueva
que estar no pueda
con Roldán a prueba.

Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo, respondió el caminante, no le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha llegado a mis oídos. Como ese no habrá llegado, replicó Don Quijote.

Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mismos cabreros y pastores conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro Don Quijote. Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era, habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso.

En estas pláticas iban cuando vieron que por la quiebra que dos altas montañas hacían, bajaban hasta veinte pastores, todos con pellicos de negra lana vestidos, y coronados con guirnaldas que, a lo que después pareció, eran cual de tejo y cual de ciprés. Entre seis dellos traían unas andas, cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual, visto por uno de los cabreros, dijo: aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen. Por eso se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que venían habían puesto las andas en el suelo, y cuatro dellos con agudos picos, estaban cavando la sepultura a un lado de una dura peña. Recibiéronse los unos y los otros cortésmente, y luego, Don Quijote, y los que con él venían, se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, y vestido como pastor, de edad al parecer de treinta años; y aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda. Alrededor dél tenía en las mismas andas algunos libros y muchos papeles abiertos y cerrados; y así los que estos miraban como los que abrían la sepultura, y todos los demás que allí había, guardaban un maravilloso silencio, hasta que uno de los que al muerto trujeron dijo a otro: mirad bien, Ambrosio, si es este el lugar que Grisóstomo dijo, ya que queréis que tan puntualmente se cumpla lo que dejó mandado en su testamento. Esto es, repondió Ambrosio, que muchas veces en él me contó mi desdichado amigo la historia de su desventura. Allí me dijo él que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano, y allí fue también donde la primera vez le declaró su pensamiento tan honesto como enamorado, y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y desdeñar; de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida y aquí, en memoria de tantas desdichas, quiso él que le depositasen en las entrañas del eterno olvido. Y volviéndose a Don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo: ese cuerpo, señores, que con piadosos ojos estáis mirando, fue depositario de un alma en quien el cielo puso infinita parte de sus riquezas. Ese es el cuerpo de Grisóstomo, que fue único en el ingenio, sólo en la cortesía, extremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegre sin bajeza, y finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo en todo lo que fue sr desdichado. Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojo de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora, a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien estos papeles que estáis mirando, si él no me hubiera mandado que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra. De mayor rigor y crueldad usaréis vos con ellos, dijo Vivaldo, que su mismo dueño, pues no es justo ni acertado que se cumpla la voluntad de quien lo ordena y afuera de todo razonable discurso; y no le tuviera bueno Augusto César, si consintiera que se pusiera en ejecución lo que el divino Mantuano dejó en su testamento mandado. Así que, señor Ambrosio, ya que deis el cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no queráis dar sus escritos al olvido; que si él ordenó como agraviado, no es bien que vos cumpláis como indiscreto, antes haced, dando la vida a estos papeles, que la tenga siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo en los tiempos que están por venir a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos; que ya sé yo y los que aquí venimos la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amistad vuestra y la ocasión de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar de la vida: de la cual lamentable historia se puede sacar cuanta haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la amistad vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone. Anoche supimos la muerte de Grisóstomo, y que en este lugar había de ser enterrado, y así de curiosidad y de lástima dejamos nuestro derecho viaje, y acordamos de venir a ver con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oíllo; y en pago desta lástima y del deseo que en nosotros nació de remedialla si pudiéramos, os rogamos, oh discreto Ambrosio, a lo menos yo os lo suplico de mi parte, que dejando de abrasar estos papeles, me dejéis llevar algunos dellos. Y sin aguardar que el pastor respondiese, alargó la mano y tomó algunos de los que más cerca estaban. Viendo lo cual Ambrosio, dijo: por cortesía consentiré que os quedéis, señor, con los que ya habéis tomado; pero pensar que dejaré de quemar los que quedan es pensamiento vano. Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos, y vio que tenía por título: Canción desesperada. Oyólo Ambrosio y dijo: ese es el último papel que escribió el desdichado y porque veáis, señor, en el término que le tenían sus desventuras, leedle de modo que seáis oído, ue bien os dará lugar a ello el que se tardare en abrir la sepultura. Eso haré yo de muy buena gana, dijo Vivaldo. Y como todos los circunstantes tenían el mismo deseo, se pusieron a la redonda, y él, leyendo en voz clara, vio que así decía:


Capítulo decimocuarto
Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos



CANCION DE GRISOSTOMO
Ya que quieres, cruel, que se publique
de lengua en lengua, y de una en otra gente,
del áspero rigor tuyo la fuerza,

Haré que el mismo infierno comunique
al triste pecho mío un son doliente,
con que el uso común de mi voz tuerza.

Y al par de mi deseo que se esfuerza
a decir mi dolor y tus hazañas,
de la espantable voz irá el acento,
y en él mezclados por mayor tormento
pedazos de las míseras entrañas.

Escucha, pues, y presta atento oído
no al concertado son, sino al ruido
que de lo hondo de mi amargo pecho,
llevado de un forzoso desvarío,
por gusto mío sale y tu despecho.

El rugir del león, del lobo fiero
el temeroso aullido, el silbo horrendo
de escamosa serpiente, el espantable

Bbaladro de algún monstruo, el agorero
graznar de la corneja, y el estruendo
del viento contrastado en mar inestable:

Del ya vencido toro el implacable
bramido, y de la viuda tortolilla
el sensible arrullar, el triste canto
del enviudado buho, con el llanto
de toda la infernal negra cuadrilla,

Salgan con la doliente ánima fuera,
mezclados en un son de tal manera
que se confundan los sentidos todos,
pues la pena cruel que en mí se halla
para contarla pide nuevos modos.

De tanta confusión, no las arenas
del padre Tajo oirán los tristes ecos,
ni del famoso Betis las olivas:
que allí se esparcirán mis duras penas
en altos riscos y en profundos huecos,
con muerta lengua y con palabras vivas;

O ya en oscuros valles o en esquivas
playas desnudas de contrato humano,
o adonde el sol jamás mostró su lumbre,
o entre la venenosa muchedumbre,
de fieras que alimenta el Nislo llano:

Que puestos en los páramos desiertos
los ecos roncos de mi mal inciertos
suenen con tu rigor tan sin segundo,
por privilegio de mis cortos hados
serán llevados por el ancho mundo.

Mata un desdén, aterrada paciencia
o verdadera o falsa una sospecha;
mata los celos con rigor tan fuerte;

Desconcierta la vida larga ausencia;
contra un temor de olvido no aprovecha
firme esperanza de dichosa suerte.

En todo hay cierta, inevitable muerte;
mas yo, ¡milagro nunca visto! vivo
celoso, ausente, desdeñado y cierto
de las sospechas que me tienen muerto:
y en el olvido en quien mi fuego avivo.

Y entre tantos tormentos, nunca alcanza
mi vista a ver en sombra a la esperanza;
ni yo desesperado la procuro,
antes por extremarme en mi querella,
estar sin ella eternamente juro.
¿Puédese por ventura en un instante
esperar y temer, o es bien hacello,
siendo las causas del temor más ciertas?
¿Tengo, si el duro celo está delante,
de cerrar estos ojos, si he de vello
por mil heridas en el alma abiertas?
¿Quién no abrirá de par en par las puertas
a la desconfianza, cuando mira
descubierto el desdén, y las sospechas
¡Oh amarga conversión! verdades hechas,
y la limpia verdad vuelta en mentira?

¡Oh en el reino de amor fieros tiranos
celos! ponedme un hierro en estas manos.
Dam, desdén, una torcida soga.
¡Mas ay de mí! que con cruel victoria
vuestra memoria el sufrimiento ahoga.

Yo muero, en fin, y porque nunca espere,
buen suceso en la muerte ni en la vida,
pertinaz estaré en mi fantasía:

Diré que va acertado el que bien quiere
y que es más libre el alma más rendida
a la de amor antigua tiranía.

Diré que la enemiga siempre mía,
hermosa el alma como el cuerpo tiene,
y que su olvido de mi culpa nace,
y que en fe de los males que nos hace
amor su imperio en justa paz mantiene.

Y con esta opinión y un duro lazo,
acelerando el miserable plazo
a que me han conducido sus desdenes,
ofreceré a los vientos cuerpo y alma
sin lauro o palma de futuros bienes.

Tú, que con tantas sinrazones muestras
la razón que me fuerza a que la haga
a la cansada vida que aborrezco;
pues ya ves que te da notorias muestras
esta del corazón profunda llaga,
de cómo alegre a tu rigor me ofrezco;

Si por dicha conoces que merezco
que el cielo claro de tus bellos ojos
en mi muerte se turbe, no lo hagas,
que no quiero que en nada satisfagas
al darte de mi alma los despojos.

Antes con risa en la ocasión funesta
descubre que el fin mío fue tu fiesta.
Mas gran simpleza es avisarte desto,
pues sé que está tu gloria conocida
en que mi vida llegue al fin tan presto.

Venga, es tiempo ya, del hondo abismo
tántalo con su sed, Sísifo venga
con el peso terrible de su canto.

Ticio traiga un buitre, y asimismo
con su rueda Egión no se detenga,
ni las hermanas que trabajan tanto.

Y todos juntos su mortal quebranto
traslaen en mi pecho, y en voz baja
(si y a un desesperado son debidas)
canten obsequias tristes, doloridas,
al cuerpo a quien se niegue aun la mortaja.

Y el portero infernal de los tres rostros,
con otras mil quimeras y mil mostruos
lleven en doloroso contrapunto,
que otra pompa mejor no me parece
que la merece un amador difunto.

Canción desesperada, no te quejes
cuando mi triste compañía dejes;
antes, pues, que la causa do naciste
con mi desdicha aumenta su ventura,
aun en la sepultura no estés triste.

Bien les pareció a los que escuchado habían la canción de Grisóstomo, puesto, que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen créditto y buena fama de Marcela, a lo cual respondió Ambrosio, como aquel que sabía bien los más escondidos pensamientos de su amigo; para que, señor, os satisfagáis desa duda, es bien que sepáis que cuando este desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, de quien se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba con él la ausencia de sus ordinarios fueros; y como al enamorado ausente no hay cosa que no lo fatigue, ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas; y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela; la cual fuera de ser cruel y un poco arrogante, y un mucho desdeñosa, la misma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna. Así es la verdad, respondió Vivaldo; y queriendo leer otro papel de loos que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa visión (que tal parecía ella) que improvisamente se les ofreció a los ojos, y fue que, por cima de la peña donde se cavaba la sepultura, pareció la pastora Marcela tan hermosa, que pasaba a su fama en hermosura. Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. Mas apenas la hubo visto Ambrosio, cuando con muestras de ánimo indignado, le dijo: ¿vienes a ver por ventura, oh fiero basilisco destas montañas, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida; o vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición, o a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de su abrasada Roma, o a pisar arrogante este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes, o qué es aquello de que más gustas, que por saber yo que los pensamientos de Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun él muerto, te obedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos.

No vengo, oh Ambrosio, a ninguna cosa de las que has dicho, respondió Marcela, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan. Y así ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que por razón de eser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama; y más que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir quiérote por hermosa, hazme de amar aunque sea feo. Pero puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas las hermosuras enamoran, que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas sin saber en cuál habían de parar, porque siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos; y según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Sino, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que tal cual es, el cielo me la dio de gracia sin yo pedirla ni escogella; y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merrezco ser reprendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado, o como la espada aguda, que ni él quema, ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe parecer hermoso; pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquél que por solo su gusto con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? Yo nací libre, y para poder libre escogí la soledad de los campos; los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado, y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que no es obra mía que antes le mató su porfía que mi crueldad; y si me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él con todo este desengaño quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa. Quéjese el engañado, desespérese aquél a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confiese el qeu yo llamare, ufánese el qeu yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo, ni admito. El cielo aun hasta ahora no ha querido que yo llame por destino, y el pensar que tengo que amar por elección es excusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho, y entiéndase de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque a quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala: el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá, ni seguirá, en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda, el que quiera que la tenga, con los hombres¿ Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas: tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este, ni solicito a aquel, ni me burlo con uno, ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas, y el cuidado de mis cabras me entretiene; tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma, a su morada primera.

Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que allí estaban.

Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos) de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por Don Quijote, pareciéndole qeu allí venía bien usar de su caballería socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces, dijo: ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo qeu en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive. O ya que fuese por las amenazas de Don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió ni apartó de allí, hasta que, acabada la sepultura, y abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin muchas lágrimas de los circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer un epitafio, que había de decir de esta manera:

Yace aquí de un amador
el mísero cuerpo helado,
que fue pastor de ganado,
perdido por desamor.
Murió a manos del rigor
de una esquiva hermosa ingrata,
con quien su imperio dilata
la tiranía de amor.

Luego esparcieron por encima de la sepultura muchas flores y ramos, y dando todos el pésame a su amigo Ambrosio se despidieron dél. Lo mismo hicieron Vivaldo y su compañero, y Don Quijote se despidió de sus huéspedes y de los caminantes, los cuales le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, por ser lugar tan acomodado a hallar aventuras que en cada calle y tras cada esquina se ofrecen más que en otro alguno. Don Quijote les agradeció el aviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por entonces no quería ni debía ir a sevilla, hasta que hubiese despojado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas. Viendo su buena determinación, no quisieron los caminantes importunarles más, sino tornándose a despedir de nuevo, le dejaron y prosiguieron su camino, en el cual no les faltó de qué tratar, así de la historia de Marcela y Grisóstomo, como de las locuras de Don Quijote; el cual determinó de ir a buscar a la pastora Marcela, y ofrecerle todo lo que él podía en su servicio. Mas no le avino como él pensaba, según se cuenta en el discurso desta verdadera historia.

domingo, 15 de agosto de 2010

Un día de estos ( por Gabriel García Márquez)

El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.
Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.

Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.

-Papá.

-Qué.

-Dice el alcalde que si le sacas una muela.

-Dile que no estoy aquí.

Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.

-Dice que sí estás porque te está oyendo.

El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados, dijo:

-Mejor.

Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.

-Papá.

-Qué.

Aún no había cambiado de expresión.

-Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.

Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.

-Bueno -dijo-. Dile que venga a pegármelo.

Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:

-Siéntese.

-Buenos días -dijo el alcalde.

-Buenos -dijo el dentista.

Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal, y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.

Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.

-Tiene que ser sin anestesia -dijo.

-¿Por qué?

-Porque tiene un absceso.

El alcalde lo miró en los ojos.

-Está bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.

Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:

-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.

El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.

-Séquese las lágrimas -dijo.

El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.

-Me pasa la cuenta -dijo.

-¿A usted o al municipio?

El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica.

-Es la misma vaina.

FIN

Continuidad en los parques ( por Julio Cortázar)

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

Hombres necios ( por Sor Juana Inés de la Cruz)

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual 5
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia,
y luego con gravedad 10
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Queréis con presunción necia
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Tais, 15
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que falta de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro? 20

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión ninguna gana, 25
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que con desigual nivel 30
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende 35
y la que es fácil enfada?

Mas entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos enhorabuena. 40

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido 45
en una pasión errada,
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga: 50
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis 55
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar
y después con más razón
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar. 60

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

United Fruit Co. (por Pablo Neruda)

Cuando sonó la trompeta, estuvo
todo preparado en la tierra,
y Jehova repartió el mundo
a Coca-Cola Inc., Anaconda,
Ford Motors, y otras entidades:
la Compañía Frutera Inc.
se reservó lo más jugoso,
la costa central de mi tierra,
la dulce cintura de América.

Bautizó de nuevo sus tierras
como "Repúblicas Bananas,"
y sobre los muertos dormidos,
sobre los héroes inquietos
que conquistaron la grandeza,
la libertad y las banderas,
estableció la ópera bufa:
enajenó los albedríos
regaló coronas de César,
desenvainó la envidia, atrajo
la dictadora de las moscas,
moscas Trujillos, moscas Tachos,
moscas Carías, moscas Martínez,
moscas Ubico, moscas húmedas
de sangre humilde y mermelada,
moscas borrachas que zumban
sobre las tumbas populares,
moscas de circo, sabias moscas
entendidas en tiranía.

Entre las moscas sanguinarias
la Frutera desembarca,
arrasando el café y las frutas,
en sus barcos que deslizaron
como bandejas el tesoro
de nuestras tierras sumergidas.

Mientras tanto, por los abismos
azucarados de los puertos,
caían indios sepultados
en el vapor de la mañana:
un cuerpo rueda, una cosa
sin nombre, un número caído,
un racimo de fruta muerta
derramada en el pudridero.

Tamalitos de Cambray ( por Claribel Alegría)

(5,000,000 de tamalitos)

A Eduardo y Helena que me pidieron una receta salvadoreña.

Dos libras de masa de mestizo
media libra de lomo gachupín
cocido y bien picado
una cajita de pasas beata
dos cucharadas de leche de Malinche
una taza de agua bien rabiosa
un sofrito con cascos de conquistadores
tres cebollas jesuitas
una bolsita de oro multinacional
dos dientes de dragón
una zanahoria presidencial
dos cucharadas de alcahuetes
manteca de indios de Panchimalco
dos tomates ministeriales
media taza de azúcar televisora
dos gotas de lava de volcán
siete hojas de pito
(no seas mal pensado es somnífero)
lo pones todo a cocer
a fuego lento
por quinientos años
y verás qué sabor.

Pasión por Mayra Montero

Que haya canales de televisión que todavía se atrevan a poner, encima de las escenas de asesinato por violencia machista, un letrerito que lee: “Crimen Pasional”, es una vergüenza que ameritaría el despido del redactor, del director de Noticias y del jefe del canal. Los tres a la calle por ignorantes, y por perpetuar los tópicos que tanto daño hacen a la mujer.

Pero ahí no para la cosa. Una reportera de ese mismo canal, o de otro que está al lado, se atrevió a repetirlo con su boca pintada: “El incidente fue catalogado como uno pasional”. Así dijo, y me pregunté qué tiene en la cabeza, dónde ha estado viviendo todos estos años.

Es que yo creo que ya ni los propios agresores se atreven a decir que sus ataques son pasionales. Es una categoría tan anticuada y enfermiza, y se ha insistido tanto en que se trata de una frase peligrosa, que sólo logra enmascarar el delito y darle un toque sensiblero, que resulta inconcebible que haya gente del mundo noticioso que la siga usando.

Mientras los medios les den cuerda a esos conceptos en que los agresores pueden proyectarse como valedores del honor y la pasión, estamos fritos. O fritas. Las mujeres escaldadas dos veces, primero por los energúmenos, y luego por los brillantes cerebros mediáticos que no se atreven a usar la frase violencia de género (a algunos habría que explicarles lo que es género), ni mucho menos violencia machista. Esto último les suena radical. Demasiado radical. No hay un solo canal de la televisión local que se refiera a la violencia machista. Como mucho, dicen doméstica, lo que de paso incluye al gato.

Y machista es mil veces. Una mujer policía es acribillada en un bar-colmado de Aguadilla. El crimen lo comete su ex pareja, un guardia penal al que parece que no le importa mucho pasar al otro lado de la reja: total, conoce al personal, la comida, la rutina diaria. Según relata un antiguo vecino del agresor, a éste “no le gustaban las juntillas”, en referencia a las amistades con las que compartía su ex pareja, un grupo que aparentemente incluía gays y travestis. O sea, que a la agresión machista debería agregarse el componente de un crimen de odio: la mata porque no soporta su grado de independencia, pero también porque no puede tolerar que converse con personas que asumen valientemente su identidad sexual, su diferencia.

En el residencial El Trébol, en Río Piedras, otro tipo le asesta varias puñaladas a una mujer que él jura que es propiedad suya. Están separados, pero el hecho de encontrarla junto a otro hombre es suficiente para que, armado de un cuchillo, le demuestre que él todavía es el machote de la casa. ¿Otro crimen pasional, verdad?

Leí que la fiscal del caso acusaría a este salvaje de agresión grave y no de tentativa de asesinato porque existe un atenuante poderoso: cometidos los hechos, el individuo llevó a la mujer al hospital. En otras palabras, la tasajeó, pero le llamó al médico. Dentro de dos días estará en la calle, mientras la víctima, que estaba entubada, deberá oír que el tipo no es tan malo porque al fin y al cabo llegó a la casa desarmado. El cuchillo que usó, lo tomó de la cocina de su ex pareja. Claro, había vivido allí y sabe que hay cuchillos. Es inaudito que, desde los propios tribunales, les pasen la mano a estos atorrantes, que es pasársela además a los que están a punto de caramelo, a ley de nada para matar a una mujer.

Otro agresor, esta vez un guardia municipal de Patillas, no ha tenido que esperar mucho para que lo pongan en la calle después de tirotear a su ex pareja. No sé qué clase de atenuantes tenía este, pero al fijarle $50,000 de fianza, estuvo preso una sola noche. Una sola por acabar con una mujer cuyo cadáver no había sido sepultado cuando él ya estaba tomando cocacola en su casa. ¿Qué mensaje están recibiendo los agresores potenciales, esos que ahora mismo maquinan el castigo que le darán a la desobediente?

Nadie les ha enseñado nada mientras están creciendo. Al contrario, la educación que reciben los varones, niños y adolescentes, está llena de prejuicios y de ideas de control. La propia madre (muchas veces no es ni siquiera el padre), le enseña al “varoncito” que su voluntad es ley en la casa; que la mujer (en este caso ella, la que tiene más próxima), está a su lado para complacerlo, y que las hembras son seres que han venido al mundo en actitud de sumisión y de inferioridad. Culicagados de 14 ó 15 años empiezan por insultar o amenazar a sus novias de la misma edad. Son los muchachos que luego, con 20 o 25 años, deciden que “a esa cabrona” le darán dos tiros.

La educación de género en las escuelas, que es lo único que ayudará a contener esto, sigue paralizada por culpa de los religiosos. Nosotros lo estamos permitiendo. Una cúpula de fundamentalistas, machistas ellos mismos, aprovechados de la miseria humana, se oponen a que se enseñe la igualdad. Y las mujeres siguen cayendo como moscas. A ellos qué les importa.

“ La lengua española y el sexismo” por Idsa Alegría

La historia demuestra cómo a veces es necesario y saludable salirse de las normas para
educar en libertad. El hacernos conscientes de la influencia del lenguaje en nuestras percepciones puede llevarnos a cambiar sus usos. El lenguaje es el modo de comunicación mediante el cual manifestamos lo que pensamos, sentimos y creemos, siendo uno de los formadores de nuestra conciencia. Al igual que el lenguaje cada lengua tiene su historia y desarrollo particular por lo cual es producto y reflejo de la sociedad. La filosofía del lenguaje, como lo demuestran los escritores Gramsci, Althusser y Bourdieu, revela la íntima conexión entre lenguaje, ideología y poder. Incluso sicólogos y sociólogos de la comunicación han estudiado cómo desde la infancia los hombres y las mujeres desarrollan diferentes estilos de comunicación. Por ejemplo, en nuestra sociedad los hombres interrumpen mayor número de veces a una mujer que a otro hombre cuando están conversando.

Una pregunta común en estos tiempos es la siguiente: ¿Es la lengua española sexista? La respuesta de un sector es echarle la culpa a todas las lenguas y con esto finalizar la polémica. Este grupo se olvida que desde su origen unas lenguas son más sexistas que otras. La respuesta de otro grupo de personas es atribuirle a la lengua neutralidad aduciendo que ésta es sólo un instrumento de comunicación y le achacan el sexismo a quien habla o escucha. Sin embargo, cuando desde la sociología, la filología y la lingüística se estudia la lengua española se descubren sus sesgos sexistas, androcéntricos y racistas. El lingüista Alfonso Oroz afirma: “es en el lenguaje donde con mayor claridad se perciben algunas de las pautas sociales que han contribuido a la infravaloración histórica de la condición femenina”.

Varios ejemplos recientes confirman esa situación, baste mencionar las investigaciones sobre el lenguaje utilizado en los medios al informar sobre los casos de violencia doméstica. El otro ejemplo lo proveyó, tan cerca como el mes pasado, la presidenta de Chile Michelle Bachelet. Ésta al anunciar la celebración en el 2010 del V Congreso Internacional de la Lengua española, entre risas y con cierta ironía, recordó lo siguiente: “debo decir que ésta ha sido una gran discusión en Chile: la señora Presidente o la Presidenta, la señora ministro o ministra. No sé si la Academia estará de acuerdo, pero hemos acordado en Presidenta y ministra”.

Los miembros de la Academia entre los que se encontraba su director Víctor García de la Concha, asintieron. Ambas situaciones y muchas otras nos confirman que la polémica continúa. No en balde Olympe de Gouges en plena Revolución Francesa al percatarse de que la Declaración de Derechos del Hombre, no incluía a las mujeres, publicó en 1791 el manifiesto Los derechos de la mujer, sin embargo, por ello lo guillotinaron.

Las filólogas Eulalia Lledó, María A. Calero y Esther Forges estudiaron las dos últimas ediciones del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Ellas analizaron los sesgos ideológicos, sexistas, androcéntricos y racistas en ambas ediciones. El Informe de 2002 les fue encargado por la RAE, sin embargo, esta institución no acogió la inmensa mayoría de sus recomendaciones. Las modificaciones del más reciente diccionario de la RAE en materia de sexismo lingüístico son mínimas. Dichas autoras encontraron “el modo parcial, tendencioso y subordinado en que las mujeres aparecen representadas en el léxico recogido en los diccionarios”. Además, mostraron “cómo [en los diccionarios] se filtra el pensamiento y la subjetividad de quienes [lo] redactan”. Forgas encontró en el diccionario signos de sexismo y androcentrismo “en un componente lexicográfico aparentemente tan inocente como el de la notación etimológica”.

Debemos recordar que la RAE es una institución conservadora. Desde su fundación en 1713 pocas mujeres has sido académicas. La primera, Iraida Guzmán y la Cerda fue nombrada por Carlos III, en 1784, académica honoraria. No obstante, ni Gertrudis Gómez de Avellaneda (1854), ni Emilia Pardo Bazán (1889,1892 y 1912) ni María Moliner (1972), para nombrar sólo algunas, lograron luego de ser postuladas salir electas como académicas numerarias. Todas estaban capacitadas y tenían los méritos, el conocimiento y el prestigio para ser electas pero se alegaba que los estatutos de la RAE prohibían nombrar a una mujer para formar parte de dicha institución. A María Moliner, cuyo Diccionario sobre el uso del español compite favorablemente con el de la RAE, se le llamaba la “académica sin silla”. Finalmente, hubo que esperar varios siglos para que la primera mujer fuera electa para ocupar uno de sus famosos 42 sillones numerarios. Hasta ahora, solamente cinco mujeres han sido elegidas a ocupar alguno de dichos sillones.

Éstas son Carmen Conde (1979) y Elena Quiroga (1983) ambas fallecidas; las otras tres que actualmente forman parte de la RAE son Ana María Matute (1998), Carmen Iglesias (2000) y Margarita Salas (2003). No obstante, sabemos que por el mero hecho de que haya mujeres en una institución no significa que ocurran cambios favorables hacia las mujeres. Para lograr cambios se necesita poseer conciencia sobre cuáles son las definiciones sociales sobre las mujeres, cuáles son las condiciones que las mantienen en situación de desigualdad social, económica, política y cultural y, desde esas posturas femeninas y feministas impulsar cambios para su erradicación. Por ejemplo, en el caso específico de las académicas de la RAE a pesar de mostrar empatía con las causas de las mujeres consideran su labor como una de “notarios de uso”(sic). Esto significa que seguirán con todo el rigor la recomendación lexicográfica y sólo cuando la gente utilice mucho y por largo tiempo una palabra, votarán a favor de incorporarla al diccionario.

En Puerto Rico desde los años ‘70 se investigan los sesgos sexistas y racistas del lenguaje. Se han publicado varios libros, por ejemplo, El Texto Libre de Isabel Picó e Idsa Alegría y El ABC del periodismo no sexista de Norma Valle et. al. Claridad publica semanalmente la excelente columna Hablemos español escrita por la lingüista Luz Nereida Pérez. En varias ocasiones ella aborda el sexismo y el machismo lingüístico.

Además, el poeta Wenceslao Serra Deliz tiene un interesante libro sobre el refranero popular, el racismo y el sexismo. En la red cibernética se encuentran incontables portales con manuales sobre lenguaje no sexista, entre ellos el texto íntegro de la investigación de Eulalia Lledó antes mencionada. Además, organismos internacionales como la UNESCO y la Unión Europea así como los gobiernos de diferentes países y empresas privadas han confeccionado manuales para evitar el sexismo en el lenguaje en sus documentos y transacciones. En la Legislatura de Puerto Rico el Caucus de la Mujer promueve el uso del lenguaje inclusivo.

A partir de los años noventa del siglo pasado llama la atención, en la lengua española, el uso del símbolo de la antigua medida de peso arroba (@), usada también en las direcciones electrónicas, como sustituta de la preposición del inglés at. Pero en español viene a representar la grafía a/o. Otro de los usos contemporáneos en la lengua hablada y escrita es el desdoblamiento o la duplicación de términos de género femenino y masculino así como los paréntesis y las barras diagonales para reiterar las terminaciones en femenino y masculino. Sobre esta ultima situación la lingüista puertorriqueña Iris Yolanda Reyes (Qepd), consideraba que dicha representación gráfica del morfema de género del lenguaje “tiende a obstaculizar la lectura innecesariamente”. Para Reyes “este recurso, lejos de ser efectivo para la divulgación del mensaje que se desea transmitir se convierte en su propio obstáculo”.

Sin embargo, en aras de construir nuevas opciones para erradicar la discriminación lingüística dichas grafías prevalecen y los manuales no sexistas del español contemporáneos las recomiendan. Entre las recomendaciones actuales para no hacer los textos largos, repetitivos y aburridos es usar formas más englobantes y abstractas en vez de la reiteración. Además, se recomienda la diagonal o el paréntesis cuando se desconoce el género sexual de la persona que recibirá el mensaje o cuando sin su uso la persona que lee no identifica fácilmente a quién le corresponde el matiz que se desea introducir. Otra recomendación al usar la duplicación de términos de género sexual es no escribir o nombrar siempre el masculino primero.

No debemos olvidar que al usar palabras en femenino y masculino se lucha contra el poder de las palabras mismas y de esa forma se contribuye a salir del orden simbólico que este poder define. Al buscar un nuevo orden simbólico en las grafías podemos rebatir y alejarnos del pensamiento misógino. Sobre el uso del signo de arroba (@) como un signo antisexista, para incluir el femenino y el masculino, será su uso generalizado y consolidado en el tiempo lo que decidirá su continuación o eliminación.

Personalmente no prefiero usar dicha grafía porque sólo sirve para la lengua escrita y en el plano oral es impronunciable porque de leerse sería algo así como “ao”. Además de una parte, no todas las palabras masculinas acaban con las letras “E y O”, ni todas las femeninas finalizan en “A”. Por otra parte, en la grafía de la arroba la letra A está arropada o dentro de la letra O y eso a mi juicio no es lo que se desea simbolizar. Sin embargo, entiendo a quienes prefieren su uso y me solidarizo con quienes así escriben porque no se trata de gusto sino de un reclamo de justicia y equidad. El no reclamar los femeninos correspondientes en las diferentes situaciones lingüísticos perpetúa los estereotipos sexuales y la desigualdad. Por ejemplo, una propuesta que, hasta donde conozco, no ha tenido acogida es la del filosofo Mosterin. Éste, luego de un análisis del origen del significado de ser humano propone cambiarlo a humán, en singular y humanes, en plural.

Lo importante a mi entender es que al elegir cómo escribir o hablar no excluyamos a las mujeres, en todos los casos debe haber concordancia entre los diferentes elementos de la oración y se debe tener precaución de no usar el femenino o masculino en vocablos de una sola terminación gramatical. Para asegurarnos y detectar el sexismo o la discriminación podemos usar la regla de la inversión.

Ésta consiste, de acuerdo al estudioso del lenguaje Álvaro García Meseguer, en cambiar la palabra mujer por hombre o varón y viceversa, si después del cambio todo queda más o menos igual se puede asegurar que no hay sexismo en el lenguaje. No obstante, si al leerlo resulta chocante debemos analizar el resultado y como casi siempre encontraremos una situación sexista, debemos proceder a cambiarla.

Los análisis, las controversias y discusiones sobre éste y otros temas relacionados con las mujeres son importantes y saludables para la izquierda puertorriqueña. De esta forma nos acercamos cada vez más a una sociedad más igualitaria y equitativa porque soñamos con una sociedad democrática en donde el género sexual no sea un obstáculo para el desarrollo de las personas. La historia demuestra cómo a veces es necesario y saludable salirse de las normas para educar en libertad. El hacernos conscientes de la influencia del lenguaje en nuestras percepciones puede llevarnos a cambiar sus usos. Lo que no se justifica es el uso de manifestaciones vejatorias, ofensivas o degradantes a personas o grupos a nombre de la libertad de expresión o por un rígido purismo idiomático. La lengua, afortunadamente es viva y evoluciona con la sociedad.

El español en Puerto Rico ( Luis López Nieves)

EL ESPAÑOL EN PUERTO RICO

De todas las exposiciones que existen sobre el porqué el español es el idioma de Puerto Rico, frente a la opción de oficializar el uso del inglés, nos ha parecido la más detallada la que hace el profesor Luis López Nieves y que fue publicada, tal y como aquí reproducimos, en la revista mexicana Archipiélagos.

¿CUÁL ES EL IDIOMA DE PUERTO RICO?

TRASFONDO HISTÓRICO

En el siglo XIX casi toda Hispanoamérica se liberó de España, excepto Cuba y Puerto Rico. En el 1898, tras la mal llamada guerra Hispano-Americana (Hispano-Estadounidense), los norteamericanos se quedaron con Puerto Rico como botín de guerra. De inmediato impusieron el inglés como único idioma oficial de la nueva colonia. El nombre del país, incluso, cambió a Porto Rico. El gobierno, de generales y civiles norteamericanos, operaba en inglés. El sistema escolar enseñaba en inglés desde el primer grado. Niños de seis años de edad, tanto de la ciudad como del campo, debían recibir instrucción en inglés.

Claro, los puertorriqueños no hicieron caso. Los maestros daban las clases en español y sólo cambiaban al inglés -con la complicidad de los estudiantes- cuando alguno de los supervisores gringos se asomaba al aula o salón de clases.

En el 1948, tras una larga lucha de cincuenta años que no tengo espacio para contar, los gringos se dieron por vencidos. Aceptaron el español como idioma dizque cooficial y permitieron que el sistema educativo regresara al español. Los gringos simplemente oficializaron la realidad, porque el idioma de un país no se cambia por decreto.

(La situación de los puertorriqueños que han emigrado a Estados Unidos es otra. Al igual que los mexicanos, dominicanos, colombianos y demás latinoamericanos emigrantes, la lengua que hablan ha sufrido cambios. Pero el tema que hoy me ocupa es el español hablado en la Isla de Puerto Rico.)

HISTORIA INMEDIATA

A fines de la década del 80, Rafael Hernández Colón, gobernador autonomista de Puerto Rico, decide eliminar al inglés como idioma cooficial y anuncia que la única lengua de Puerto Rico será el español, aunque el inglés seguirá enseñándose como lengua extranjera, al igual que en otros países.

La comunidad hispánica del mundo, con sobrado motivo, celebra la acción de Hernández Colón. España, por ejemplo, nos otorga (al Pueblo de Puerto Rico) el Premio Príncipe de Asturias por nuestra defensa del español. No se olvide que nuestro enemigo es el imperio más poderoso de todos los tiempos y que nosotros, en cambio, somos el país más pequeño de Hispanoamérica, un poco más chicos que El Salvador.

Bueno, unos pocos años después, en el 1992, un anexionista recalcitrante gana la gobernación de Puerto Rico. Absolutamente histérico, lo primero que hace al llegar a La Fortaleza (residencia oficial de nuestros gobernadores) es volver a designar al inglés lengua cooficial de Puerto Rico.

Eso fue todo lo que pasó. Un decreto. Una ley. Cosas que ocurren sobre el papel.

ACTUALIDAD

La noticia de la restitución del inglés como lengua cooficial ha creado gran confusión fuera de Puerto Rico. Al no conocer su mero carácter burocrático, algunas personas han pensado que el español se dejó de hablar o que se impuso al inglés como lengua única obligatoria.

La lengua de Puerto Rico es y será siempre el español. Estamos, eso sí, bajo un fuerte ataque de los gringos que quieren que hablemos inglés. Somos el único país de Hispanoamérica que todavía es colonia. Necesitamos el apoyo de todos los hispanohablantes. Somos el hermano menor que pasa por un momento difícil; sin embargo, como no tenemos representación diplomática propia, a menudo la comunidad hispana del mundo nos excluye de actividades a las que debemos asistir por derecho propio, como es el caso de las cumbres de jefes de estado ibero-americanos. La poca representación que tenemos en el mundo es vicaria, por medio de los hermanos cubanos, que nunca nos han olvidado. Desde la otorgación del Premio Príncipe de Asturias también hemos visto un fuerte apoyo de la prensa española. A ambos les damos las gracias.

El español de Puerto Rico está vivito, coleando y dando candela... como decimos los puertorriqueños. Todos los días luchamos para que siempre sea así. ¿Cómo pueden ayudarnos los demás hispanohablantes?

1. Háganle saber al mundo que en Puerto Rico el español sigue vivo y en lucha, porque es la verdad.

2. Incluyan a Puerto Rico en todas la actividades que atañen al mundo hispano, porque somos hispanos.

3. Conozcan en lo posible nuestra literatura e inclúyanla en sus antologías de literatura hispanoamericana, porque somos hispanoamericanos.

4. Envíen copia de este artículo a todos sus amigos, para que se enteren.

LUIS LOPEZ NIEVES

sábado, 14 de agosto de 2010

La cocina de la escritura (Parte IV) (R. Ferré)

IV DE CÓMO LOGRAR LA VERDADERA SABIDURÍA DE LOS GUISOS

Quisiera ahora tocar directamente el tema al cual le he estado dando vueltas y más vueltas al fondo de mi cacerola desde el comienzo de este ensayo. El tema es hoy sin duda un tema borbolleante y candente, razón por la cual todavía no me había atrevido a ponerlo ante ustedes sobre la mesa. ¿Existe, al fin y al cabo, una escritura femenina? ¿Existe una literatura de mujeres. radicalmente diferente a la de los hombres? ¿Y si existe, ha de ser ésta apasionada e intuitiva, fundamentada sobre las sensaciones y los sentimientos, como quería Virginia, o racional y analítica, inspirada en el conocimiento histórico social y político, como quería Simone? Las escritoras de hoy, ¿hemos de ser defensoras de los valores femeninos en el sentido tradicional del término, y cultivar una literatura armoniosa, poética, pulcra, exenta de obscenidades, o hemos de ser defensoras de los valores femeninos en el sentido moderno, cultivando una literatura combativa, acusatoria, incondicionalmente realista y hasta obscena? ¿Hemos de ser, en fin, Cordelias,o Lady Macbeths? ¿Doroteas o Medeas?

Decía Virginia Woolf que su escritura era siempre femenina, que no podía ser otra cosa que femenina, pero que la dificultad estaba en definir el término. A pesar de no estar de acuerdo con muchas de sus teorías, me encuentro absolutamente de acuerdo con ella en esto. Creo que las escritoras de hoy tenemos, ante todo, que escribir bien, y que esto se logra únicamente dominando las técnicas de la escritura. Un soneto tiene sólo catorce líneas, un número especifico de sílabas y una rima y un metro determinados, y es por ello una forma neutra, ni femenina ni masculina, y la mujer se encuentra tan capacitada como el hombre para escribir un soneto perfecto. Una novela perfecta, como dijo Rilke, ha de ser construida ladrillo a ladrillo, con infinita paciencia, y por ello tampoco tiene sexo, y puede ser escrita tanto por una mujer como por un hombre. Escribir bien, para la mujer, significa sin embargo una lucha mucho más ardua que para el hombre: Flaubert re-escribió siete veces los capítulos de Madame Bovary, pero Virginia Woolf re-escribió catorce veces los capítulos de Las olas, sin duda el doble de veces que Flaubert porque era una mujer, y sabía que la crítica sería doblemente dura con ella.

Lo que quiero decir con esto puede que huela a herejía, a cocimiento pernicioso y mefítico, pero este ensayo trata, después de todo, de la cocina de la escritura. Pese a mi metamorfosis de ama de casa en escritora, escribir y cocinar a menudo se me confunden, y descubro unas correspondencias sorprendentes entre ambos términos. Sospecho que no existe una escritura femenina diferente a la de los hombres. Insistir en que si existe implicaría paralelamente la existencia de una naturaleza femenina, distinta a la masculina, cuando lo mas lógico me parece insistir en la existencia de una experiencia radicalmente diferente. Si existiera una naturaleza femenina o masculina, esto implicaría unas capacidades distintas en la mujer y en el hombre, en cuanto a la realización de una obra de arte, por ejemplo, cuando en realidad sus capacidades son las mismas, porque éstas son ante todo fundamentalmente humanas.

Una naturaleza femenina inmutable, una mente femenina definida petuamente por su sexo, justificaría la existencia de un estilo femenino inalterable, caracterizado por ciertos rasgos de estructura y lenguaje que seria fácil reconocer en el estudio de las obras escritas por las mujeres en el pasado y en el presente. Pese a las teorías que hoy abundaría al respecto, creo que estos rasgos son debatibles. Las novelas de Jane Austen, por ejemplo, eran novelas racionales, estructuras meticulosamente cerradas y lúdcidas, diametralmente opuestas a las novelas diabólicas, misteriosas y apasionadas de su contemporáneo, Emily Brontë. Y las novelas de ambas no pueden ser más diferentes de las novelas abiertas, fragmentadas y psicológicamente sutiles de escritoras modernas como Clarisse Lispector o Elena Garro. Si el estilo es el hombre, el estilo es también la mujer, y éste difiere profundamente no sólo de ser humano a ser humano, sino también de obra a obra.

En lo que sí creo que se distingue la literatura femenina de la masculina es en cuanto a los temas que la obseden. Las mujeres hemos tenido en el pasado un acceso muy limitado al mundo de la política de la ciencia o de la aventura, por ejemplo, aunque hoy esto esta cambiando. Nuestra literatura se encuentra a menudo determinada por una relación inmediata a nuestros cuerpos: somos nosotras las que gestamos a los hijos y las que los damos a luz, las que los alimentamos y nos ocupamos de su supervivencia. Este destino que nos impone la naturaleza nos coarta la movilidad y nos crea unos problemas muy serios en cuanto intentamos reconciliar nuestras necesidades emocionales con nuestras necesidades profesionales. pero también nos pone en contacto con las misteriosas fuerzas generadoras de la vida. Es por esto que la literatura de las mujeres se ha ocupado en el pasado, mucho más que la de los hombres, de experiencias interiores, que tienen poco que ver con lo histórico, con lo social y con lo político. Es por esto también que su literatura es más subversiva que la de los hombres, porque a menudo se atreve a bucear en zonas prohibidas, vecinas a lo irracional, a la locura, al amor v a la muerte; zonas que, en nuestra sociedad racional y utilitaria, resulta a veces peligros reconocer que existen. Estos temas interesan a la mujer, sin embargo, no porque ésta posea una naturaleza diferente, sino porque son el cosecho paciente y minucioso de su experiencia. Y esta experiencia, así como la del hombre, hasta cierto punto puede cambiar; puede enriquecerse, ampliarse. Sospecho, en fin, que el interminable debate sobre si la escritura femenina existe o no existe es hoy un debate insubstancial y vano. Lo importante no es determinar si las mujeres debemos escribir con una estructura abierta o con una estructura cerrada, con un lenguaje poético o con un lenguaje obsceno, con la cabeza o con el corazón. Lo importante es aplicar esa lección fundamental que aprendimos de nuestras madres, las primeras, después de todo, en enseñarnos a bregar con fuego: el secreto de la escritura, como el de la buena cocina, no tiene absolutamente nada que ver con el sexo, sino con la sabiduría con que se combinan los ingredientes.

[Rosario Ferré, "La cocina de la escritura." Sitio a Eros. México: Joaquín Mortiz, 1980, 13-33. Publicado con autorización de Susan Bergholz Literary Services, New York. All rights reserved. No further reproduction or distribution of this material is permitted. Edición digital de Suzanne S. Hintz.]

encontrado en: http://ensayo.rom.uga.edu/antologia/XXA/ferre/ferre2.htm

La cocina de la escritura (Parte III) (R. Ferré)

III DE CÓMO ALIMENTAR EL FUEGO

Quisiera ahora hablar un poco de ese combustible misterioso que alimenta toda literatura: el combustible de la imaginación. Me interesa este tema por dos razones: por el curioso escepticismo que a menudo descubro, entre el público en general, en cuanto a la existencia de la imaginación; y por la importancia que suele dárselo, entre legos y profesionales de la literatura, a la experiencia autobiográfica del escritor. Una de las preguntas que más a menudo me han hecho, tanto extraños como amigos, es cómo pude escribir sobre Isabel la Negra, una famosa ramera de Ponce (el pueblo del cual soy oriunda) sin haberla conocido nunca. La pregunta me resulta siempre sorprendente, porque implica una dificultad bastante generalizada para establecer unos límites entre la realidad imaginada y la realidad vivencial, o quizá esta dificultad no sea sino la de comprender cuál es la naturaleza intrínseca de la literatura. A mí jamás se me hubiese ocurrido, por ejemplo, preguntarle a Mary Shelley si, en sus pageos por los bucólicos senderos que rodean el lago de Ginebra, se había topado alguna vez con un monstruo muerto-vivo de diez pies de altura, pero quizá esto se debió a que, cuando leí por primera vez a Frankenstein, yo era sólo una niña, y Mary Shelley llevaba ya muerta más de cien años. Al principio pensé que aquella pregunta ingenua era comprensible en nuestra isla, en un publico poco acostumbrado a leer ficción, pero cuando varios críticos me preguntaron si había llegado a conocer personalmente a Isabel la Negra, o si alguna vez había visitado su prostíbulo (sugerencia que inevitablemente me hacía sonrojar con violencia), me dije que la dificultad para reconocer la existencia de la imaginación era un mal de mayor alcance.

Siempre me había parecido que la crítica contemporánea le daba demasiada importancia al estudio de la vida de los escritores, pero aquella insistencia en la naturaleza impúdicamente autobiográfica de mis relatos me confirmó en mis temores. La importancia que han cobrado hoy los estudios biográficos parece basarse en la premisa de que la vida de los escritores hace de alguna manera más comprensibles sus obras, cuando en realidad es a la inversa. La obra del escritor, una vez terminada, adquiere una independencia absoluta de su creador, y sólo puede relacionarse con él en la medida en que le da un sentido profundo o superficial a su vida. Pero este tipo de exégesis de la obra literaria, bastante común hoy en los estudios de la literatura masculina, lo es mucho más en los estudios sobre la literatura femenina. Los tomos que se han publicado recientemente sobre la vida de las Brontë por ejemplo, o sobre la vida de Virginia Woolf, exceden sin duda los tomos de las novelas de éstas. Tengo la solapada sospecha de que este interés en los datos biográficos de las escritoras tiene su origen en el convencimiento de que las mujeres son más incapaces de la imaginación que los hombres, y de que sus obras ejercen por lo tanto un pillaje más inescrupuloso de la realidad que la de sus compañeros artistas.

La dificultad para reconocer la existencia de la imaginación tiene en el fondo un origen social. La imaginación implica juego, irreverencia ante lo establecido, el atreverse a inventar un posible orden, superior al existente, y sin éste juego la literatura no existe. Es por esto que la imaginación (como la obra literaria) es siempre subversiva. Como Octavio Paz, creo que existe algo terriblemente soez en la mente moderna, que tolera "toda suerte de mentiras indignas en la vida real, y toda suerte de realidades indignas", pero no soporta la existencia de la fábula. Esto se refleja en la manera en que la literatura es enseñada en nuestras universidades. Existe hoy, como ha existido siempre, un acercamiento principalmente analítico al quehacer literario. En nuestros centros docentes se analiza de mil maneras la obra escrita: según las reglas del estructuralismo, de la sociología, de la estilística, semiótica y de muchas escuelas más. Cuando se ha terminado con ella, se la ha vuelto al derecho y al revés, se la ha fragmentado hasta el punto de no quedar de ella otra cosa que una nube de sememas y de morfemas que flotan a nuestro alrededor. Es como si la obra literaria hubiera que dignificarla, desentrañándole, como a un reloj cuyos mecanismos se desmontan, sus secretas arandelas y tuercas, cuando lo importante no es tanto cómo ésta funciona sino cómo marca el tiempo. La enseñanza de la literatura en nuestra sociedad es admisible sólo desde el punto de vista del crítico; ser un especialista, un desmontador de la literatura, es un estatus dignificante y remunerante. Ser un escritor, sin embargo, jugar con la imaginación, con la posibilidad del cambio, es un quehacer subversivo, no es ni dignificante ni remunerante. Es por esto que en nuestros centros docentes se ofrecen tan pocos cursos de creación literaria, y es por esto que los escritores se ven, en la mayoría de los casos, obligados a ganarse la vida en otras profesiones, escribiendo literalmente "por amor al arte".

Aprender a escribir (no a hacer crítica literaria) es un quehacer mágico, pero también muy específico. También el conjuro tiene sus recetas, y los encantadores miden con precisión y exactitud la medida exacta de hechizo que es necesario añadir al caldero de sus palabras. Las reglas de cómo escribir un cuento, una novela o un poema, reglas para nada secretas, están ahí, salvadas para la eternidad en vasos cópticos por los críticos, pero de nada le valen al escritor si éste no aprende a usarlas.

La primera lección que los estudiosos de literatura deberían de aprender hoy en nuestras universidades es, no sólo que la imaginación existe, sino que ésta es el combustible más poderoso que alimenta toda ficción. Es por medio de la imaginación que el escritor transforma esa experiencia que constituye la principal cantera de su obra, su experiencia autobiográfica, en materia de arte.