viernes, 9 de agosto de 2013

Guerras santas por Amárilis Pagán (Publicado en 80 grados)


Escribir y hablar de un momento que reconocemos como histórico desde el momento mismo, y con el corazón en la mano, no es sencillo. De hecho, el ejercicio es en realidad uno subjetivo, algo así como una crónica personal. Y de eso se trata esta columna. Es por eso que pido de antemano que me tengan paciencia. Con toda seguridad mi subjetividad me impedirá ver la totalidad de lo que se vivió en los pasados meses para lograr la aprobación del Proyecto del Senado 238 y del Proyecto de la Cámara 488. Un movimiento político y de derechos humanos es demasiado complejo como para que una sola persona pueda querer adjudicarse la voz o verdades del mismo. Incluso, es imposible encapsularlo en tiempo, pues lo que vemos hoy es un eslabón en una cadena de eventos que vienen ocurriendo desde hace décadas.
Aclarado lo anterior, y desde mi perspectiva, los pasados meses fueron un espacio en el cual se enfrentaron dos tendencias ideológicas en una guerra que definirá el rumbo de los derechos humanos en la Isla. En esa guerra se enfrentaron el fundamentalismo religioso y el Estado laico. ¿Cómo me siento luego de vivirla? No es tan sencillo de explicar. Hay quien me ha preguntado si creo que ganamos. Ahora, varias semanas después de que finalmente se firmaran las leyes 22 y la 23 del 29 de mayo de 2013, puedo decir con la conciencia tranquila que ganamos, pero que nuestra principal ganancia no fueron las leyes aprobadas. La verdadera ganancia fue demostrar que somos capaces de una concertación social amplia y efectiva.
Por un lado, y luego de cuatro años alimentando su poder bajo el mandato del exgobernador Fortuño, teníamos a un sector religioso que se creía con el derecho y el poder para imponer al resto del país sus creencias particulares. Fieles a las tendencias fundamentalistas a nivel internacional, este sector ha trabajado arduamente para insertarse en los procesos político-partidistas, en la legislación y en agencias de gobierno. Es por eso que tenemos en la Fortaleza a una Oficina de Iniciativas de Base de Fe, en la Cámara y el Senado se abren las sesiones con oraciones y en agencias de gobierno están por la libre los cultos y círculos de oración en instalaciones públicas.
En la estructura de pensamiento teocrático ocurren dos cosas que debemos tener presentes a la hora de analizar este momento y los principios que constituyen la base de las estrategias mediáticas de los grupos fundamentalistas. Una de ellas es que se tergiversa la religiosidad y se desprecia a las personas no creyentes. La otra es que se promueven como verdades únicas opiniones convencionales que excluyen el juicio propio y que estancan los procesos de evolución social pues, al fomentar la intolerancia, requieren de las personas una adhesión a la norma predominante. En ese sentido, las comunidades LGBTT –que retan esas normas con su mera existencia- son la encarnación misma del “pecado” y la “abominación” que, según estos grupos, deben ser detenidas a través de legislación, políticas públicas y las acciones consistentes de un Estado tutelar. En el lado del fundamentalismo hay un ejército que sigue instrucciones y que -crea o no en lo que se le dice- tiene demasiado miedo como para cuestionar a sus líderes. Hay que reconocer también que ese fundamentalismo trasciende lo religioso para insertarse en el campo económico y de control social para beneficio de ciertos grupos que viven de las desigualdades del sistema. Mientras más gente con miedo y con la disposición de seguir instrucciones, más fácil hacer con el país lo que les dé la gana.
En el otro lado del campo de batalla social se encuentran grupos diversos. Esa diversidad, que nace de un juicio crítico y del reconocimiento de las brechas de desigualdad, es nuestra fortaleza a pesar de que hay quienes quieren hacer parecer que estamos “divididos”. La diversidad nos permite acercarnos a los retos que enfrentamos desde estrategias multidisciplinarias, tener empatía, aceptar que existen tonos grises en las controversias y ser solidarias con causas que van más allá de nuestras realidades. Tener opiniones distintas sobre estrategias -y defenderlas con pasión- es parte indispensable de un proceso de construcción social amplio. Las confrontaciones que nacen de estos procesos no son negativas si se manejan con una ética de transparencia. Como dicen por ahí, disentir no es desamar.
Con toda esa carga, con largos caminos recorridos, con algo de cansancio por la historia de represión y exclusión de los pasados años, con algo de pesimismo por conocer la historia de algunos políticos indispensables para el éxito de nuestra gestión, con algo de frustración por el tiempo que toma llegar a los consensos y con la perseverancia que ha empujado a la humanidad en dirección a la equidad, trabajamos arduamente los pasados meses.
Sin embargo, no había forma de predecir la intensidad de todo lo vivido en la recta final de la aprobación de ambos proyectos.
Estamos en tiempos en los que ocurren cosas extraordinarias. Una de ellas fue la creación del Comité Amplio para la Búsqueda de Equidad (CABE). Nacido de una convocatoria de la Coalición Orgullo Arcoíris (COA), CABE se convirtió en un espacio de trabajo multidisciplinario. Asociaciones profesionales, organizaciones sin fines de lucro, organizaciones de activismo y grupos LGBTT llegaron a una misma mesa con sus conocimientos, experiencias y recursos. Logramos juntar perspectivas de salud pública, trabajo social, derecho, psicología, derechos humanos, medios, activismo y más.  ¿El resultado? El desarrollo de una fuerte base de argumentos a favor de ambos proyectos y una amplia participación de aliadas y aliados en los procesos de vistas públicas, de discusiones en medios y de educación a lxs legisladorxs para que entendieran la importancia y matices de los mismos. Otras organizaciones y colectivos que trabajan por las comunidades LGBTT también hicieron un arduo trabajo en múltiples niveles.
Se creó -y se fortaleció al final- una red solidaria que incluía no solo a las personas LGBTT, sino a cientos de personas que se comprometieron lo suficiente con nuestros derechos como para salirse de sus rutinas, asumir posturas y dar una mano para empujar nuestros dos proyectos de ley. Las comunidades LGBTT fueron acompañadas por el país en este proceso. La cadena de acciones solidarias que se hilaron en este tiempo es digna de atesorarse. Lograr la movilización de uniones obreras, de asociaciones y colegios profesionales, de universidades y de personas comunes y corrientes que se sintieron convocadas es algo que todavía me estremece. Cuando una sabe de las soledades de algunas luchas, atesora con pasión esos momentos en los que se siente acompañada. Nuestra galería de guerrexs por la equidad en Facebook representa solo una minúscula parte de lxs miles de guerrerxs que marcharon, cabildearon, apoyaron, arriesgaron seguridad económica y política, abrazaron y amaron lo suficiente la equidad como para estar con nosotras en medio de este campo de batalla. Porque aunque haya funcionarios del gobierno negándolo, realmente estuvimos en un campo de batalla en el que no cabían consensos entre ambos bandos. ¿A qué consenso se podría llegar cuando se tratar de exigir que te reconozcan como ser humano y hay grupos diciendo en blanco y negro que no te mereces ese reconocimiento? Ni consensos ni limosnas caben en esto.
En el Capitolio hubo oficinas impenetrables, es cierto. Legisladorxs de ambos partidos se negaron a recibirnos cuando intentamos hablarles de nuestros proyectos.  Sus respuestas negativas no tenían otro fundamento que no fuera el miedo a la pérdida de votos del sector religioso. Ni la lógica estadística que demostró que ese sector no tiene el poder que se le atribuye, ni la lógica científica que apoyaba los proyectos logró vencer el oportunismo y el miedo de estos legisladores.  Otros, sin embargo, fueron valientes y se comprometieron con nuestras comunidades. Algunos desde el principio, otros más tarde en el proceso. Identificar a esos valientes y señalar a los cobardes es otra ganancia.  Si alguno pensó que su cobardía no tendría costo político se equivocó.  Si alguno o alguna de las valientes pensó que se quedaría sola, debe haber descubierto que ganó más que compañía o votos vacíos, el respeto de quienes sabemos todo lo que le costó su valentía.
Los últimos días del proceso dejaron ver muchas verdades. Pudimos ver la total decadencia del discurso fundamentalista y homofóbico. Desde las gradas, sentimos indignación e impotencia mientras una minoría del propio Partido Popular Democrático se hizo cómplice del discrimen y una delegación del Partido Nuevo Progresista fue incapaz de actuar con verticalidad. Escuchamos diatribas religiosas, insultos a nuestra dignidad. Sentimos dolor en el medio del pecho al ver el efecto de esas palabras en la gente joven a la que aún le quedaba algo de inocencia. Sin embargo, una lectura del ambiente en general era mucho más edificante.  En nuestro lado de las gradas había un solo corazón aferrado a una aspiración de equidad y decidido a no renunciar. La energía que emanaba de nuestra gente neutralizaba las manifestaciones de rechazo y de pretendidas victorias de los sectores de oposición. A pesar del agotamiento, todas y todos llegaron al Capitolio y se mantuvieron firmes. Poco a poco un sentimiento de victoria y esperanza se unió a la energía del grupo.
Al final, se aprobó lo que se aprobó. El camión tarima que los grupos religiosos llevaron el lunes y el jueves para celebrar el fracaso de los proyectos se lo tuvieron que llevar sin usarlo. El sabotaje al PS238 no se les dio como lo esperaban.  Más que lucir victoriosos, lucieron -por primera vez en mucho tiempo- derrotados. Derrotados en imagen pública, derrotados en el pulseo de poder, derrotados y solos en su afán de hacer creer al país que son una mayoría que decide la vida de las minorías.
La victoria más grande no fue la mera aprobación de los proyectos y la firma del Gobernador. La victoria real fue la manera en que se vivió el proceso mismo.  La discusión pública, la ganancia de espacio en medios de comunicación, la ampliación del círculo de influencias, la capacidad de movilización, la clarificación de conceptos y la revelación de datos objetivos que guiaron una conversación continua en la cual se perseguía ver una verdad sobre los temas LGBTT que trascendiera los miedos inventados desde la propaganda fundamentalista. Los temas LGBTT salieron de su propio clóset y con esa salida, muchas personas de estas comunidades se sintieron más seguras para afirmar su ser y defender su derecho a ser felices.
¿Guerra santa? Vivimos todavía ese estado de guerra porque aún hay derechos pendientes de reivindicar.  Y esos derechos, la humanidad misma de cada persona LGBTT, y cómo la misma se integra a la vida cotidiana del país y su pleno desarrollo, son en sí mismos una aspiración sublime capaz de sacar de cada una y uno de nosotros lo mejor de sí.  No podemos bajar la guardia ni idealizar las ganancias. Todavía tenemos trabajo que hacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario