sábado, 18 de enero de 2014

Hacia una sociedad de la incomunicación. Por Eduardo Galeano

Nunca el mundo ha sido económicamente tan desigual. Ni tan igualados, por lo contrario, en lo que respecta a las ideas y los costumbres. Una  uniformización  obligatoria, hostil a la diversidad cultural del planeta. La nivelación cultural ni siquiera se puede venir. Los medios de comunicación de masas de la era electrónica, al servicio de la incomunicación humana, está imponiendo la adoración unánime de los valores de la Sociedad neoliberal.
Nunca la tecnología de las comunicaciones ha sido tan perfeccionado; y, sin embargo nuestro mundo se parece cada día más a un reino de  mudos. La propiedad de los medios de comunicación de masas se concentra cada vez más en menos manos; los medios de comunicación de masas dominantes están controlados por un número pequeño de poderosos que tienen el poder de dirigirse a la inmensa mayoría de los ciudadanos del planeta. Nunca una minoría han mantenido a tantos hombres en la incomunicación. El número  de quienes tienen derecho de escuchar y de mirar no cesa de crecer mientras se reduce vertiginosamente  el número de quienes tienen el privilegio de informar, de expresar de crear. La dictadura de la palabra única y de la imagen única, tan devastadora como del partido único, impone por todas partes un mismo modo de vida y concede el título del ciudadano ejemplar a aquel  que es consumidor dócil , expectador pasivo, fabricado en seríe, a escala planetaria, según el  modelo propuesto por la televisión comercial americana.
El ejemplo de la mejor televisión pública europea no ha conseguido internacionalizarse; por lo contrario, las cuatro esquinas del globo, y la misma Europa, han sido conquistadas por este venenoso cóctel de sangre, de Valium y de publicidad que caracteriza la televisión privada de los Estados Unidos.
En este mundo sin alma que los medios de comunicación de masas nos presenta como el único mundo posible, los pueblos han sido reemplazados por los mercados; los ciudadanos, por los consumidores; las naciones, por las empresas; las relaciones humanas, por las competencias comerciales.
Nunca  la economía mundial ha  sido tan poco democrática, y nunca el mundo ha sido tan escandalosamente  injusto. Las desigualdades sean duplicado en 30 años, según las cifras de las Naciones  Unidas y del Banco mundial. En 1960, la Franja más rica (20%) de la humanidad era 30 veces más rica que el 20% de los más pobres. En 1990, los primeros eran 60 veces más ricos de los demás (...).
Este mundo del fin de siglo, paradisiaco para  algunos e infernal para la inmensa mayoría, está marcado al rojo vivo por una doble paradoja. En primer lugar, la economía mundial necesita un mercado de expansión perpetua para que las tasas de beneficio no  se hundan. Al mismo tiempo, necesita, por la misma razón, brazos que trabajen a un precio vil en los paises del sur y del este. Segunda paradoja, corolario de la primera. Y, el norte dicta, de manera cada vez más autoritaria, órdenes a esos paises del sur y del este con el fin de que importe y consuma más, pero lo que se multiplica en ellos son las mafias, la corrupción y la inseguridad. Las neosociedades del consumo emiten mensajes de muerte.
La varita mágica de los créditos y una deuda exterior que se infla hasta la explosión permiten asegurar nuevos productos inútiles a la minoría de los consumidores. La televisión se encarga de transformar en necesidades reales las demandas artificiales que el norte inventa sin cesar y expande con éxito sobre el conjunto del planeta. Así, todos estamos invitados en el momento actual a coger  nuestro  billete para el crucero de la modernización. Aunque, en las aguas gélidas del mercado, los náufragos  sean más numerosos que los que se divierten a bordo.
Para los millones de jóvenes del sur, condenados a desempleo o a salarios de miseria, la publicidad no estimula la demanda sino la violencia. Los medios de comunicación de masas  les repiten sin cesar: "quien nada tiene no es nada. Quien no tiene coche o zapatos de marcar no existe, es un desecho". El culto al consumo se impone de ese modo a los millones de alumnos de la escuela del crimen. Las ciudades explotan, y en su seno, con más intensidad, explota la delincuencia. Apropiaandose de las cosas que le permiten existir, cada delincuente quiere ser igual que de su víctima. La televisión propone un servicio completo: no sólo actúa de tal manera que confunde calidad de vida cantidad de objetos sino que, además, ofrece cotidianamente cursos a audiovisuales de violencia que los videojuegos completa. El crimen es el espectáculo más apreciados la pequeña pantalla. "Pero antes de que te peguen", aconsejan los juguetes electrónicos. "Está solo, cuenta sólo contigo". Coches que vuelan por los aires, personas que estallan: "tú también puede matar".
El sistema que rige el mundo y que ahora se llama, pudorosamente, economía de mercado según de cada vez más en la impunidad. Los medios de comunicación de masas dominantes  muestran la actualidad como un espectáculo fugaz, ajeno a la realidad, vacío de memoria; ayudan a ahondar las desigualdades (...).
Coches invencibles, jabones prodigioso , perfumes excitantes, analgésicos mágicos: a través de la pequeña pantalla, el mercado hipnotiza al ciudadano consumidor. Pero a veces entre anuncio y anuncio, la televisión exhibe algunas imágenes de hambre y de la guerra. Estos horrores , estas fatalidades, llegan  de otro mundo, del infierno, y no hacen más que subrayar el carácter paradisiaco  de la Sociedad de consumo.
Los amos de la información, en la era de la informática, denominan comunicación al monólogo del poder. La universal en libertad de expresión consiste en actuar de tal manera que la periferia del mundo obedece a las ordenes emitidas por el centro sin tener el derecho de rechazar los valores que éste les impone. La clientela de las industrias culturales no tiene fronteras: es un supermercado de dimensión mundial en el que el control social se ejerce a escala planetaria. La ofensiva  envilecedora de la incomunicación nos obliga a medir la importancia del desafío cultural. Más que nunca hay que el presentarse a todo esto en un momento en que los medios de comunicación de masas, en este fin de siglo, quisieran persuadir a unos de que abandonemos la esperanza como se abandona a un caballo  agotado.

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