(Publicado en 80 grados el 15 de marzo de 2013)
Acusar de inmorales a las mujeres, en general, y a las
feministas, en particular, ha sido un referente en muchas de las discusiones en
torno a los derechos humanos de las mujeres en el transcurso de la historia, en
todas las épocas y en todas partes del mundo. La cruz de las feministas en
Puerto Rico no ha sido diferente.
Paladines de la moral política y religiosa del país
han alertado al pueblo sobre lo que llaman nuestras “agendas escondidas” y las
califican de peligrosas, pervertidas, promiscuas, antifamilias, pedófilas y
“bestialistas” –actos a todas luces inmorales-. No es casual la “confusión” ni
el insulto: tildar de inmoral a una persona, a una familia, a un colectivo, es
una ofensa mayor que pretende aplastar la dignidad y la credibilidad de quienes
se ataca. El insulto también va dirigido a paralizar, a silenciar y a cancelar
acciones.
Desde la década de los 70 (por mencionar el tramo que
tengo más fresco en la memoria de la participación), las feministas
hemos sido atacadas, juzgadas, ridiculizadas, carpeteadas, despellejadas y de
tantas maneras perseguidas y reprimidas, por expresarnos, por reunirnos, por
organizarnos, por denunciar los prejuicios y las injusticias, por defender el
valor supremo de la persona y por querer vindicar los derechos de todas las
humanas y de todos los humanos.
Poniendo en perspectiva lo que han sido las luchas en
cuerpos de mujeres, pienso en la agenda de “inmoralidades” que hemos
desarrollado y apoyado durante los últimos 40 años. “Confieso” que, a grandes
rasgos y sin pretender agotarla, “la agenda que ya no podemos seguir
ocultando”, ha incluido:
(1) Validar las experiencias, miradas y voces de
las mujeres y su pertinencia en todas las áreas de desarrollo humano.
(2) Desarrollar y promover en las universidades y
centros de estudio, así como en la gestión social y gubernamental, la
incorporación de la perspectiva de género: una nueva categoría de análisis, de
investigación, de discusión y abordaje, desde la cual se han empezado a
repensar y a transformar todos los saberes y las disciplinas académicas que
informan las maneras de entender la/s historia/s de la humanidad.
(3) Visibilizar y denunciar las manifestaciones
de discrimen por razón de género que emanan de la estructura patriarcal, junto
con las diversas instancias de violencia sexual, haciendo conexiones con otras
inequidades, como el discrimen en contra de la niñez, de las personas adultas
mayores; el discrimen por orientación sexual que afecta las vidas de la
personas lesbianas, gays, bisexuales, transexuales y transgéneros; el discrimen
por razón de discapacidades, etnia, color, origen nacional o estatus migratorio
(que, en Puerto Rico, tanto vulnera a nuestras hermanas dominicanas).
(4) Exigir y apoyar el establecimiento y
desarrollo del Centro de Ayuda a Víctimas de Violación, con servicios
integrales para mujeres, niñas y niños; incluyendo el derecho de las mujeres a
escoger interrumpir el embarazo, de una manera legal y segura, en caso de
violación o incesto.
(5) Establecer la Casa Protegida Julia de Burgos
y promover el establecimiento de otros albergues y proyectos de protección,
apoyo e intercesoría para víctimas y sobrevivientes de la violencia doméstica,
y de sus hijos e hijas.
(6) Participar en la formulación de políticas
públicas, legislación y prácticas institucionales y sociales que prohíban el
discrimen por razón de género y promuevan la equidad en las familias, la
educación, el empleo, la salud, la economía, la cultura y otras instancias de
la convivencia y el desarrollo. La Ley 54, para la prevención e intervención
con la violencia doméstica, la Ley para la prohibición del hostigamiento sexual
en el empleo y la educación y la Ley para la lactancia en el lugar de trabajo,
entre otras, son el resultado del activismo feminista.
(7) Promover enmiendas a la legislación para
superar las exclusiones en su lenguaje y disposiciones, y para clarificar y
asegurar la inclusión en las protecciones legales.
(8) Reclamar el uso de un lenguaje no-sexista que
elimine estereotipos y prejuicios, y proponer modelos que integren la
perspectiva de género y de derechos humanos en los currículos y las prácticas
educativas, que promuevan el respeto al valor y a la dignidad de todas las
personas, y que comprometan a individuos y colectivos con la responsabilidad de
“construir” la paz con justicia en todos los escenarios de convivencia.
(9) Apoyar estrategias integrales,
multidisciplinarias y multisectoriales para la prevención del discrimen y la
violencia y para la promoción continua de la paz con justicia.
(10) Denunciar la violencia machista y
colonialista en todos los órdenes de la vida, desde lo cotidiano hasta lo
estructural, exigiendo el respeto a las libertades civiles, sociales y
políticas y a la plena participación de las mujeres.
(11) Defender el derecho a la salud y a la
autonomía sexual de las mujeres, incluyendo sus derechos reproductivos y el
derecho a la planificación familiar, con acceso a todos los servicios que sean
necesarios antes, durante y después del embarazo, así como el derecho a
optar por un aborto legal y seguro si decidiera interrumpirlo.
(12) Denunciar la feminización de la pobreza,
exigir justicia salarial y económica, apoyo, vivienda, trabajo y oportunidades
de desarrollo para las jefas de familia y sus hijos e hijas.
(13) Colaborar y participar en acciones conjuntas
con organizaciones feministas y de derechos humanos locales, caribeñas e
internacionales, afines a los derechos humanos y las prácticas de justicia y
paz.
(14) Denunciar las injusticias de las
instituciones que representan la Justicia, donde persisten prácticas
discriminatorias en contra de las mujeres y de grupos tradicionalmente
excluidos. (En este renglón de denuncia y vindicaciones, “las feministas
inmorales” luchamos en estos momentos por la aprobación de las enmiendas a la
Ley 54 para que toda persona, que esté o haya estado en relaciones de pareja,
pueda utilizar sus remedios, independientemente de su orientación sexual o de
su estatus marital. Respaldamos, también, la adopción libre de discrimen hacia
parejas del mismo sexo).
(15) Combatir la violencia de género en los medios
de comunicación.
(16) Promover la creación de la Oficina de la
Procuradora de las Mujeres con independencia para asumir la defensoría de las
mujeres frente a violaciones de sus derechos humanos y ante las persistentes
prácticas discriminatorias institucionales y gubernamentales.
(17) Manifestarnos a favor de la excarcelación de
prisioneros/as puertorriqueños/as por motivos políticos, como también en contra
de la pena de muerte y de las guerras.
(18) Participar en la fundación y desarrollo de
organizaciones y colectivos de mujeres que han sido instrumentales en la
defensa de los derechos humanos y derechos de las mujeres (y que no me atrevo a
enumerar por temor a las trampas del olvido), pero que estoy segura de que,
entre las que continúan activas y las que viven en nuestra memoria, pueden
sumar más de cincuenta.
(19) Desarrollar, publicar y distribuir materiales
educativos (libros, periódicos, hojas sueltas) sobre temas vinculantes a los
asuntos de género, para la orientación y capacitación de mujeres y de la
comunidad.
(20) Estimular el desarrollo de sensibilidades,
actitudes y prácticas militantes de “mujeres ayudando a mujeres” en la denuncia
del discrimen, las violencias y las inequidades de género, y en la
promoción de su bienestar individual y colectivo.
La “inmoralidad” feminista se pasó de la raya cuando
alteró “la privacidad y la paz familiar” al sacar a la luz conductas como el
incesto y la violencia sexual, psicológica y física en las relaciones de
pareja. Lo personal se hizo político dejando ver que las reglas patriarcales
del “hogar dulce hogar” estaban no solo ocultando la violencia, sino también
reproduciéndola. Se descubrió que esa “tradición familiar”, heredada, casi en
secreto, de generación en generación causa daños, muchas veces irreparables, en
las personas más vulnerables de las familias y, por consiguiente, en todo el
tejido social.
Gracias a nuestras “inmorales” denuncias, se colocó
bajo sospecha la promesa matrimonial de permanecer juntos “hasta que la muerte
nos separe”, con la que se sellaba el rito religioso. Revelamos que, para
muchas mujeres, esa promesa se convertía en amenaza de muerte real por la
conducta, no muy cristiana, de esposos abusadores, y peor aún, por la
indiferencia de instituciones sociales, religiosas y legales que, frente a las
señales letales, se hacían de la vista larga en alianza con el machismo
institucionalizado en la familia tradicional.
Nada quedaba oculto. Todo lo que se quiso esconder
bajo el manto de la unidad familiar quedaba revelado con los testimonios de las
mujeres que encontraron en los proyectos feministas la confianza, el apoyo y la
protección para compartir las verdades más íntimas y dolorosas. Las miradas
feministas se enfocaron en reclamar el respeto por la vida de las mujeres, por
su integridad y dignidad, por la paz con justicia. Ante una visión patriarcal
de amor de pareja y de unidad familiar en la que había amplio espacio para la
violencia, asumimos una respuesta moral inequívoca de rechazo.
Cambiar “el mundo” desde el microespacio personal y
familiar, así como desde los espacios comunitarios y políticos, se convirtió en
un imperativo de conciencia individual y colectivo para las mujeres que
encontramos en el feminismo los fundamentos éticos, los instrumentos y las
solidaridades para repudiar la violencia de género y promover la participación
de las mujeres y la paz con justicia en todos los frentes.
El feminismo que se desarrolló en Puerto Rico desde la
segunda mitad del siglo pasado hasta el presente, con todas las diversidades y
contradicciones de sus discursos, logró articular un consenso poderoso contra
la violencia machista. Ese consenso se forjó a partir de un principio moral
básico, con el que todas las mujeres (independientemente de nuestras
diferencias), y muchos hombres solidarios, podemos coincidir: la violencia
contra las mujeres es mala porque siempre hace daño, degrada, impide el
desarrollo humano, destruye la vida. Además, constituye un obstáculo continuo
para la convivencia social y para la paz en las relaciones de pareja y de
familia.
Mientras el patriarcado defiende la integridad de la
familia (con la violencia escondida y trivializada), el feminismo defiende la
integridad de la vida de las personas que constituyen las familias. Mientras el
patriarcado quiere deslegitimar y excluir como familias a las personas y
parejas que no sean heterosexuales, el feminismo acoge a todas las diversidades
de las familias y hace un llamado al amor y al respeto a los derechos humanos
de todas las personas. Mientras el patriarcado descalifica maternidades y
paternidades ejercidas responsable y amorosamente por parejas del mismo sexo,
el feminismo le da la bienvenida a la generosidad y a la libertad del amor, por
la vía biológica y no biológica, que acoge, protege, cuida y cría a la niñez.
Mientras el patriarcado reclama ser custodio y vigilante de la moral sexual de
conveniencia que encubre la violencia y excluye, el feminismo la denuncia y
asume la moral social de las solidaridades, la ética de la justicia de la
inclusión y la defensa de las familias y de todos sus integrantes, con respeto
y sin violencias.
Evidentemente, las feministas, esas “mujeres
inmorales”, han hecho algo muy malo: quebraron el sistema y “amenazan” con
hacer la paz con justicia; también aman, protegen, defienden, acompañan,
sostienen, restauran… y anuncian ¡con esperanza!…que otro modo de ser, humano y libre… es
posible. “Brillaremos”… con todas las diversidades, todas las voces,
todas las vidas: somos todas y somos “una mujer”* ¡Inmoralidades
imperdonables!
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