sábado, 18 de enero de 2014

De homo sapiens, chimpacés y bonobos. Por Carla Canina Meléndez

(Publicado en 80 grados el 12 de abril de 2013)
Recuerdo como hoy el día en que me supe homosexual. Estaba en mi adolescencia, grado once, me deprimí por 1 año, me aislé a llorar y  reflexionar. Sentía vergüenza, pues pensaba que lo que toda mi vida habían murmurado a mis espaldas era cierto. Siempre fui rara, nunca me gustaron las princesas, me parecía tonta esa fragilidad envuelta en trajes de encaje y diademas con brillo. La idea de jugar a ser rescatada me parecía aburridísima, así que de niña cuando jugaba en mi soledad quería ser heroica como Tarzán, o Batman, ser la dueña de mi destino y vivir aventuras como Luke Skywalker o Indiana Jones, y cuando veía novelas en la TV me gustaba Sully Díaz, pero quería ser Salvador Pineda. No era que yo quisiera ser hombre, pero no me satisfacía la idea de ser mujer. En mis juegos solitarios la pregunta del género siempre quedaba sin respuesta, como si ya desde la infancia intuyera que debía haber una categoría mejor, un “no sé qué” más amplio que me permitiera la libertad de ser yo misma y no un personaje creado por mi sociedad.
Así que de cara a reconocerme lesbiana, aceptarme, tener una vida digna y ser feliz estaba el gran problema de la religión judeo-cristiana y su promesa de infierno a todo aquel que violara ciertas reglas, escritas hace siglos, para una etnia sin tierra, que se sentía elegida por su “dios” –Yaveh o Jeovah-, allá en el Medio Oriente. Así que por ahí comenzó la búsqueda, una búsqueda sin mapa y sin norte, hacia recuperar para mí y otros homosexuales la humanidad.
El problema radicaba en que siempre fui muy devota, pues mi familia era católica y aunque mi abuela muy temprano en mi infancia me condenó al infierno por la exploración sexual precoz, no fue hasta el momento de la confirmación –cuando ya me sabía gay- que me empezó a caer mal el “dios” de los cristianos. Y fue esa situación con Moisés que narra el Éxodo en la Biblia la que me abrió los ojos. Me era inverosímil creer que un ser tan poderoso como “dios”, sediento de súbditos que lo adoraran para mantener su poder en la tierra, solo se comunicara de manera efectiva con los judíos y no con los egipcios. Después de todo, los egipcios eran muy devotos y creyentes también, lo adoraban de una manera distinta pero no por falta de fe, sino porque tenían una cultura distinta y lo veían de forma distinta. Uno podría pensar que el gran pecado de los egipcios era tener esclavos y por eso un Dios bueno, como es de esperarse, liberaría a los pobres judíos y castigaría a los egipcios por abusadores. Eso tenía sentido. Mas no, lo que me explicó el diácono en aquel momento fue que “dios” liberó a los judíos porque eran el pueblo elegido, o sea, porque de todos los homo sapiens que habitan la tierra y le rinden culto en diferentes idiomas y formas, los judíos eran los preferidos por “dios”.  ¿No es eso raro? A mí me pareció inverosímil y poco divino, así que me dediqué a estudiar otras creencias.
Descubrí que todas las etnias de la especie homo sapiens en el planeta se piensan elegidas por “dios”; todas piensan que su “dios” es el verdadero y que ellos le rinden culto de la manera correcta -cosa que otras etnias de homo sapiens desconocen y por eso están condenadas al pecado. El culto casi siempre se caracteriza por una suerte de obediencia incondicional, fe ciega, xenofobia, misoginia, racismo, homofobia y una cuota de sangre que varía según la religión y sus líderes. Salvo por algunas espiritualidades como el budismo, el hinduismo y el jainismo que practican el Ahimsa o la no-violencia y el respeto a la vida, las demás religiones como el judaísmo, el islam, el cristianismo y sus sectas, predican una suerte de “nacionalismo religioso” en el que se separan a los elegidos de los infieles y a los segundos se les puede asesinar sin que esto constituya un pecado.
Los aztecas pensaban exactamente esto, que ellos eran los elegidos de “dios” y este a cambio les exigía que hicieran la guerra a las tribus vecinas para capturar prisioneros que luego debían sacrificar en su nombre. Los cristianos también se pensaban “elegidos” y por eso acabaron con los celtas, árabes, judíos, musulmanes, incas, aztecas, taínos y africanos (entre otros); además de torturar y quemar a mujeres, pelirrojas, alquimistas, libre pensadores, comunistas e infieles por varios siglos y todo en nombre de “dios”. Los musulmanes extremistas creen en la guerra santa y la ley del talión; y en la subordinación extrema de la mujer al hombre, al punto que la pedofilia es legal y hombres mayores de 30 años suelen casarse con –o comprar– niñas desde los 7 años de edad, además de tener la libertad de asesinarlas si encuentran la justificación adecuada desde el punto de vista patriarcal-religioso. Los judíos, víctimas del genocidio más grande de la modernidad –luego, claro, de la esclavitud de los africanos– ahora que finalmente los vencedores de la Segunda Guerra Mundial les han concedido la tierra prometida por “dios” hace tantos siglos atrás, se sienten en el absoluto derecho de eliminar de la faz de la tierra a Palestina como nación y si pueden como etnia también. Después de todo, está escrito en la Biblia, el Corán y en la Torah, el que no adore a “dios” de la manera correcta debe ser eliminado.
Así que me alejé del cristianismo, me pareció que ese anciano, barbudo y colérico, que Jesús trató de transformar sin éxito en un verdadero Dios de amor y paz, que predicaba filosofías como: “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, “ama a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo” o el planteamiento súper poderoso de “al que te abofetee la mejilla izquierda, ofrécele la derecha”, era simplemente un ardid del patriarcado para controlar y dominar a los hombres y sus mujeres y deshumanizar a los diferentes hasta eximirlos de la compasión. Después de todo, a Jesús lo mataron, como a Gandhi, Martin Luther King y John Lennon, por ser un pacifista-amoroso. Su pacifismo desafiaba la ley judía, su prédica desafiaba la pena de muerte, la misoginia, la xenofobia, el racismo, el derecho a la venganza y a la guerra, y también la homofobia. Jesús murió “por nuestros pecados” y por reformar el judaísmo arcaico, y sin embargo sus seguidores enarbolan su nombre mientras leen el antiguo testamento para justificar su odio al otro y a la mujer, bajo la bandera de “dios Jesucristo”, un pacifista muerto en la cruz.
Hace poco descubrí, leyendo el libro The Moral Lives of Animals, de Dale Peterson –el cual recomiendo profundamente– que el homo sapiens comparte el 90% de sus genes con dos tipos de simios que son nuestros ancestros más cercanos: los chimpancés y los bonobos. Los chimpancés todo el mundo los conoce, estudios han demostrado que comparten con nosotros mucho de nuestro comportamiento, por ejemplo nuestra violencia y competitividad. Desde prácticas inusuales y mal vistas –por ellos y nosotros- como el infanticidio y el canibalismo, hasta prácticas que nos caracterizan como especie, como el uso de herramientas, la organización jerárquica patriarcal, las alianzas políticas, los complots para destronar a un líder y la guerra organizada y premeditada contra comunidades de chimpancés vecinos. Por otro lado, los bonobos o chimpancés pigmeos, son prácticamente desconocidos. Los hallazgos de muchas investigaciones han sido poco difundidos, en cierta media por censura y tabú. Y es que los bonobos comparten con nosotros comportamientos que nos caracterizan como especie y que inclusive han sido la piedra angular para erigir nuestro antropocentrismo. Lo que nos hace creernos la especie superior y preferida de “dios”, lo que justifica nuestro distanciamiento del mundo animal.
Estos simios, que viven en una región particular del Congo, muy rica en alimentos y hierbas con alto contenido en proteínas, se organizan políticamente en matriarcados. Tienen un tamaño más pequeño que los chimpancés, proporciones corporales más humanoides, y mucho más pelo en la cabeza que tiende formar una partidura al medio. Caminan erguidos el 25% del tiempo, son mucho menos violentos y ruidosos que los chimpancés y han sido descritos como la especie “make love not war” del mundo animal. Y es que los bonobos son mucho más pacíficos y sexuales que los chimpancés. No es que no ocurran episodios violentos entre ellos, pero son mucho menos comunes que entre los chimpancés. Tienden a compartir el alimento y ser mucho más solidarios entre sí y además utilizan la sexualidad para resolver muchos de sus conflictos. Esta es la razón por la que apenas se conoce de ellos: los bonobos comparten con el homo sapiens todas las prácticas sexuales, el Kama Sutra entero, desde el sexo cara a cara, la masturbación, el homosexualismo, las diversas formas de sexo oral, el sexo en grupos, en fin, el sexo como recreación y no estrictamente para la reproducción.
En el 1986, como parte de la investigación del primatólogo Takayoshi Kano sobre los bonobos, se presenció un hecho muy revelador con relación al temperamento de estos simios. Las observaciones de su comportamiento se realizaban en campo abierto, se les ponía como carnada trozos de caña de azúcar para poder atraerlos y así ser observados por los científicos. La pregunta que muchos investigadores se hacían era: ¿Qué pasa si dos clanes de Bonobos llegan a la vez a comer a la zona de investigación? Finalmente el tan intrigante suceso ocurrió ante los ojos del investigador Gen’ishi Idani; dos comunidades distintas de Bonobos llegaron al campo a buscar la caña de azúcar. En primera instancia ambos grupos permanecieron escondidos en la maleza observándose. Eventualmente cada grupo fue acercándose tímidamente. Se sentaron, se miraron y emitieron llamados. Pasaron unos 30 minutos muy tensos, finalmente una hembra del grupo P cruzó al lado del otro grupo y tuvo sexo con una hembra del grupo E. Eso fue suficiente para romper el hielo y liberar la tensión pacíficamente, ambos grupos se acercaron, se mezclaron y comieron caña de azúcar tranquilamente. Durante dos meses ambos grupos de Bonobos se encontraron pacíficamente a comer la caña de azúcar, además de hacerse “grooming” y tener contacto sexual entre individuos de grupos contrarios. Este tipo de conducta sería impensable entre grupos de chimpancés, pues los machos están inclinados a matar a los machos extraños de otras comunidades y tener sexo con una hembra en celo, inclusive dentro de la misma comunidad lo cual es muy difícil, pues el sexo entre chimpancés está regulado por el rango y la jerarquía de los machos y el Alfa es siempre el que tiene el derecho. Algo así como en algunas sectas religiosas pseudo-cristianas donde los pastores deben poseer sexualmente a todas las hembras feligresas una vez llegadas a la pubertad o antes de casarse. Cosa que no pasa entre los bonobos, donde todos los machos tienen posibilidades de tener sexo con todas las hembras e inclusive entre machos. Son monos más felices.
En fin, que hay tantas religiones como circunstancias climatológicas, etnias y especies. Y que las religiones dominantes en la actualidad operan desde una lógica arcaica, patriarcal y altamente violenta, muy cercana a nuestros primos los chimpancés, que creen que el macho alfa, sacerdote, imán, o rabino debe controlar al resto de la comunidad y regular la sexualidad de las hembras;  y los infieles, los extranjeros, los raros, los extraños, los diferentes y los homosexuales deben mantenerse al margen (ir al infierno) o morir. Mientras, hay otras espiritualidades y modos de pensar modernos que se acercan más a nuestras primas las bonobos, que practican la filosofía “haz el amor y no la guerra” y suelen ser o aspiran a ser más compasivas y receptivas con los diferentes, los extranjeros, los de otras religiones, los hombres, las mujeres, los homosexuales, los negros, los animales, el planeta en general. Por eso las revoluciones importantes de los últimos dos siglos (XX y XI) se están dando en el terreno de los derechos humanos, animales y ambientales. Muchos ya sabemos que el “bullying” del sistema mítico-patriarcal-capitalista es un artificio para esclavizarnos y no lo vamos a permitir.

Tengo una relación de 6 años con mi compañera –que algún día me encantaría legalizar–; no ha representado una amenaza al sol de hoy, ni a nuestras familias con relaciones heterosexuales cristianas, ni a nuestros amigos con relaciones heterosexuales. Somos una gran familia, entre amigos y familiares, llena de amor y comprensión, que no cambiaría nunca por una familia tradicional-patriarcal, llena de odio, prejuicios y coerción. Y quizás esta es la verdadera amenaza de los homosexuales, el feminismo y los negros a la familia “tradicional”: que sus miembros tengan la libertad de buscar la felicidad sin sentir culpa de ser lo que son, pues la culpa y el miedo son herramientas para el control de masas. Hay personas en cada uno de estos grupos religiosos y la infinidad de posibles grupos que no he mencionado aquí, que sienten en su interior el llamado del amor y la paz y son compasivos y sensibles a la vida no importa cómo esta se manifieste y no importa qué religión practiquen. Después de todo, es más elevado y difícil practicar la paz y el amor, que el odio y la guerra. La expresión moral más pura, en su concepción más básica, esencial y verdadera, si fuese aplicada por nosotros homo sapiens resultaría ser unificadora de todas las etnias, clanes y especies y se resumiría en: no hacer a nadie lo que no queremos que nos hagan a nosotros.

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