domingo, 27 de junio de 2010

" Puerto Rico, USA" por Rosario Ferré

EI Senado pronto podría debatir un proyecto de ley que permitiría a los puertorriqueños que viven en la Isla votar por la estadidad, la independencia o por convertirse en un Estado Libre Asociado reforzado que, a la larga, evolucionaría hacia la soberanía. Los pareceres en la Isla están divididos de una manera casi igual entre la estadidad y el Estado Libre Asociado, siendo favorecida la independencia con menos del cuatro por ciento de los electores.

Pero si a los puertorriqueños que viven fuera de la Isla se les permite participar en el propuesto referendo, como algunos han recomendado, ellos podrían influir en la votación, porque muchos de ellos favorecen la independencia. Esto podría significar que a la próxima generación de puertorriqueños se les privaría del derecho de la ciudadanía estadounidense.

Como escritora puertorriqueña, constantemente me enfrento al problema de identidad. Cuando viajo a Estados Unidos me siento corno una latina, como Chita Rivera. Pero en América Latina, me siento; más norteamericana que John Wayne. Ser puertorriqueño es ser un híbrido.

Nuestras dos mitades son inseparables; no podemos prescindir de una sin sentirnos mutilados.

Durante muchos años, mi preocupación ha sido evitar que mi ego hispano sea sofocado. Ahora descubro que es mi ego norteamericano el que está siendo amenazado.

Recientemente estuve en una gira de promoción de una de mis obras por Estados Unidos. A dondequiera que fui, la gente que sabía del plebiscito me preguntaba: "¿Por qué ustedes quieren ser norteamericanos?"

La pregunta era inquietante. Los puertorriqueños hemos sido norteamericanos por casi 100 años. Por lo menos 6,000 puertorriqueños han muerto luchando por Estados Unidos, y muchos miles más han servido en las guerras de Corea y de Vietnam. Mi hijo dirigió un pelotón de soldados puertorriqueños en la Guerra del Golfo Pérsico. En aquel entonces, nadie le preguntó si quería ser norteamericano. El simplemente cumplió con su deber.

Los puertorriqueños que viven en el Continente piensan de la Isla de una manera muy similar a como los norteamericano - africanos piensan del África: un lugar casi mítico, habitado por dioses ancestrales. Para dichos puertorriqueños, la tierra natal es un lugar de origen, prueba de la "diferencia" vital que nos separa de los que puede parecer la vasta identidad de Estados Unidos.

Los puertorriqueños que viven en Estados Unidos señalan también que la delincuencia, las drogas, el SIDA y otros males son resultado de demasiado progreso al estilo norteamericano. Ellos quieren que nosotros preservemos en la Isla el paraíso bucólico que dejaron atrás, un lugar en el que uno pueda manejar indolentemente por avenidas medio desiertas, pasear de noche por las calles sin estar aterrorizados, ir de paseo por las montañas, todavía cubiertas de exuberante vegetación.

Pero este paraíso existe sólo en sus mentes. Los puertorriqueños ya se han unido al primer mundo y están envueltos profundamente con los intereses norteamericanos.

Los puertorriqueños han contribuido con más de $500,000 a las campañas políticas de Estados Unidos. Nosotros tenemos nuestras razones. El resultado de la votación en el Senado podría tener un gran impacto. Toda vez que nosotros, prácticamente, no contamos con recursos naturales, la independencia, con toda seguridad perjudicaría la economía de Puerto Rico. Significaría pobreza, servicios de salud y educación deteriorados, una infraestructura desintegrada y, lo peor de todo, la desaparición de la clase media puertorriqueña.

En 1976 viví en México por un año y aprendí a qué se asemeja vivir en una nación que se llama a sí misma una democracia, pero donde una pequeña clase de ricos domina a la vasta mayoría que es pobre. Puerto Rico es diferente. Su fuerte clase media está situada aparte. Nuestro ingreso promedio por familia es de $27,000 número ingreso anual per cápita es de $8,500, comparado con $4,000 en la mayor parte de América Latina.

La mayoría de los puertorriqueños aprecia la ciudadanía estadounidense. Representa para nosotros la estabilidad económica y la seguridad de las libertades civiles y de la democracia. Por otro lado, nosotros queremos nuestra lengua y nuestra cultura. Así, la situación de Puerto Rico, históricamente, ha sido una paradoja.

Viviendo en la Isla, hemos visto de cerca el drama de nuestra situación. He sobrevivido dos plebiscitos, ambos no obligatorios, y he votado por la independencia. Era la única solución honorable, porque perder nuestra cultura y lengua hubiese sido una forma de suicidio espiritual.

Pero las condiciones han cambiado. Los latinos son la minoría de mayor crecimiento en Estados Unidos; para el 2010, se espera que sus cifras alcancen los 39 millones, más que la población de la mayoría de las repúblicas latinoamericanas. El bilingüismo y el multiculturalismo son aspectos vitales de la sociedad estadounidense. El condado de Dade, en la Florida, es hispano en alrededor de un 60 por ciento. La ciudad de Nueva York, Los Angeles, Houston y Chicago, todas cuentan con grandes poblaciones hispanas. La realidad es que a nosotros ya no se nos puede "hacer desaparecer".

El presidente Bill Clinton declaró recientemente, en términos indubitables, que para llegar a ser estado, Puerto Rico no debe ser obligado a adoptar el inglés como su único idioma oficial y, por lo tanto, tampoco a abandonar posiblemente su cultura hispana. La decisión sobre el idioma, dijo, hay que dejarla a los puertorriqueños, como fue con el caso de Hawai, donde tanto el inglés como el dialecto hawaiano se convirtieron en idiomas oficiales. La observación de Clinton reconocía que la diversidad étnica ha llegado a ser un valor fundamental en Estados Unidos.

Los puertorriqueños han sido norteamericanos desde 1898 y nuestra cultura e idioma siguen siendo tan saludables como nunca. Ya no somos pobres, desnutridos o anémicos. nosotros somos: bilingües, mulato-mestizos, y orgullosos de ello. Ya no tenemos que temer que "el otro" nos devore.

Nosotros hemos llegado a ser el otro. Como puertorriqueña y norteamericana creo que nuestro futuro como comunidad es inseparable, cultura e idioma, pero también y vehementemente comprometida con el mundo moderno. Es por eso que voy a apoyar la estadidad en el próximo plebiscito.

Esta columna se publicó en The New York Times el jueves 19 de marzo de 1998 y su traducción en El Nuevo Día el lunes 23 de marzo de 1998.

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