domingo, 14 de agosto de 2011

“Diáspora boricua” por Jorge Duany

Etimológicamente, la palabra griega "diáspora" significa diseminación, dispersión o difusión, especialmente de un pueblo, cultura o idioma. El término se aplicó primero a los judíos exiliados en Babilonia y otros pueblos gentiles a partir del si­glo VI A.C. Luego, se usó para identificar a grandes grupos étnicos que residen fuera de su país natal. Aunque vivan en el exterior, muchos de estos gru­pos mantienen fuertes vínculos con su territorio de origen. En este sentido, los boricuas son un pueblo diaspórico, porque muchos están desparramados fuera de la Isla pero siguen considerándose parte de la nación puertorriqueña.

Desafortunadamente, las estadísticas oficiales sobre el flujo de personas entre la Isla y Estados Unidos son poco confiables, debido a la ausencia de registros migratorios. En los años cuarenta, la emigración puertorriqueña alcanzó niveles masivos, llegando a su nivel más alto en los años cincuenta. Durante las décadas de 1960 y 1970, el éxodo se es­tabilizó, pero volvió a aumentar durante los ochenta y noventa. En total, más de un millón de personas se mudó de la Isla a lo largo del siglo XX. Hoy día, el flujo de puertorriqueños hacia el exterior continúa sin tregua. 

Desde mediados de los años sesenta, la diáspora boricua se ha caracterizado por un creciente movimiento "de puerta giratoria". La emigración neta se redujo a un mínimo y pareció detenerse momentáneamente a inicios de los setenta. Por primera vez desde los años treinta, más puertorriqueños regresaron a la Isla que los que se fueron a Estados Unidos. Entre las principales causas de la migración de retorno se destaca el deterioro de las condiciones de vida y trabajo en Nueva York, particularmente en el sector manufacturero. Como resultado, el movimiento de puertorriqueños y sus descendientes a la Isla ha adquirido una gran es­cala. La presencia de cientos de miles de personas nacidas o criadas en el exterior y que hablan inglés como primer idioma plantea cuestiones impor­tantes acerca de la identidad nacional en la Isla, especialmente el papel de la lengua española como símbolo de esa identidad.

Las altas tasas de emigración se restablecieron en las últimas dos décadas del siglo XX, primor­dialmente por la persistente discrepancia entre los salarios en Puerto Rico y Estados Unidos. Además, los niveles insulares de pobreza (48% en 1999) cua­druplican los continentales (11%). En junio de 2006, la tasa de desempleo en Puerto Rico (11.4%) era más del doble que en Estados Unidos (4.6%). Más aún, la eliminación de la Sección 936 del Código de Rentas Internas, el programa de incentivos contributivos que sostuvo el modelo de desarrollo de la Isla por años, ha crea­do gran incertidumbre económica y política. La crisis fiscal del 2006 agravó esa inestabilidad y propició un éxodo aún mayor.


Después de la Segunda Guerra Mundial, la emigración puertorri­queña se dirigió principalmente hacia el nordeste y medio oeste de Estados Unidos. Aunque Nueva York sigue teniendo la población boricua más numerosa, su proporción declino de tres cuartos del total en 1960 a poco más de un cuarto en el 2004. Entre 1990 y 2000, por primera vez Nueva York perdió parte de su población puertorriqueña, mientras otros estados aumentaban la suya. El rápido incremento de residentes puertorriqueños en varios estados del nordeste como Pensilvania, Connecticut y Massachussets contrasta con su lento crecimiento en Nueva York e Illinois. Incluso estados sureños como la Florida, Georgia, Virginia y Carolina del Norte han experimentado aumentos sustanciales de su población boricua.

La inmigración puertorriqueña ha crecido es­pectacularmente: de poco más del 2% de todos los boricuas en Estados Unidos en 1960 a casi 17% en el 2004. En los noventa, Florida reemplazó a Nueva Jersey como segunda concentración boricua más numerosa en Estados Unidos. Durante la segunda mitad de la década, los condados Orange y Osceola se convirtieron en los destinos primarios de los inmigrantes, desplazando al Bronx y otros destinos de Nueva York, Pensilvania e Illinois. Inclusive, cinco de los diez primeros lugares (incluyendo a Hillsborough, Miami-Dade y Broward) donde se establecieron los migrantes recientes de la Isla están en Florida. Los datos censales también documentan la constante circulación de personas -el "vaivén"- entre Puerto Rico y Estados Unidos, que Luis Rafael Sánchez llamó "La guagua aérea".
Los nuevos patrones de asentamiento de los puertorriqueños forman parte de un movimiento más amplio de personas desde los centros urbanos hacia las áreas suburbanas, y desde el nordeste y medio oeste hacia el sur y oeste de Estados Unidos. Ciudades como Orlando, Tampa y Miami han recibido un creciente número de boricuas, mientras que los centros tradicionales de la diáspora -como Nueva York, Filadelfia y Chicago- han mermado en su proporción del total. Actualmente, Orlando es la segunda área metropolitana con más puertorriqueños en Estados Unidos. (De hecho, más puertorriqueños viven en Orlando que en el municipio de Carolina, el ter­cero más poblado de la Isla.) No obstante, la ciudad de Nueva York aún tenía el mayor número de resi­dentes boricuas en el 2004 -891,179 personas.

La fase actual de la migración puede considerarse "post-Nuyorican" o "diasporican" porque los puertorriqueños se han esparcido cada vez más fuera de su núcleo original en Nueva York. En el año 2004, casi la misma cantidad de puertorriqueños vivía en la Isla que en la diáspora. Numerosas encuestas confirman que los que residen en el exterior se sienten tan puertorriqueños como los que nunca han emigrado. En los próximos años, el carácter diaspórico de la cultura boricua probablemente se acentuará aún más. Ser puertorriqueño será cada vez menos una cuestión estrictamente de residencia y, como pro­clamaba una vieja campaña publicitaria, de idioma. La diáspora boricua propondrá nuevas formulas para redefinir la identidad nacional. 


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